Normalmente suelo identificar con integristas a aquellas personas que se aferran a una determinada idea, religiosa, política o de cualquier otro tipo, y no admiten que nadie la ponga en duda y atacan ferozmente a quienes osan hacerlo.
Pero en estos tiempos se está dando un nuevo tipo de integrismo no basado en el abrazo a una idea, sino a una persona. Estos integristas de nuevo cuño no tienen opinión propia, o si la tienen no se atreven a manifestarla, y esperan a que la persona que veneran emita una opinión para, inmediatamente, defenderla como propia y única. Lo más curioso de estos nuevos integristas es que antes lo fueron de otras personas con ideas completamente distintas a las que ahora dicen defender, y que cuando la persona a la que veneran caiga en desgracia o no les dé lo que les prometió, atacarán sin piedad a quien hasta ese momento era su referencia, y se acogerán al abrigo del nuevo líder. Puede que me digáis que estos integristas siempre han existido con el nombre de chupaculosdeljefe, pero no me negareis que lo de integristas de nuevo cuño es políticamente más correcto.
Antes también estaban lavozdesuamo y hablóBlaspuntoredondo, pero no dejaban de hacerlo de forma vergonzosa. Ahora, los integristas de nuevo cuño presumen de serlo y, en lugar de ser señalados, son ellos los que señalan a los demás si no te comportas como ellos.
Los de derechas andan últimamente moviéndose en esta encrucijada. Con el tema de las privatizaciones no saben muy bien que hacer, y esperan que el jefe les diga si esta es buena o si esta es mala. Parafraseando una canción, “esta sí, esta no, esta me gusta y la vendo yo”
Todo se complica cuando Esperanza les dice que es bueno privatizar el agua de lluvia, y Gallardón les dice que no; a cual de ellos hacen caso es un dilema. Este dilema se complica cuando ven que ambos están de acuerdo en privatizar la sanidad o la educación. ¿Es bueno privatizar la sanidad y la educación y no el agua de lluvia? Parece que no se trata de un problema ideológico, sino sólo de luchas entre administraciones y de mostrar un perfil más progre ante los votantes. Uf, menos mal. Así, estos integristas de nuevo cuño podrán decir que todas las privatizaciones son buenas y si el jefe les dice en algún momento que hay una que no, podrán decir que es la excepción que confirma la regla y todos tan contentos.
El otro día leí no sé dónde que para esto se podían privatizar también ellos y dejar sus cargos en manos de una casa de subastas que se dedicara a privatizar al mejor postor, y que terminara cerrando por falta de mercancía que subastar. Se olvidaba el que escribía esto que los cargos no sólo dan un sueldo a quien los ostenta, sino que además permiten dar caramelos, palmaditas en la espalda y promesas de colocación (¿qué tal un puesto en Cajamadrid?) a los integristas de nuevo cuño, no vaya a ser que un día se rebelen y se vayan con otro.
Ayer, el Canal de Isabel II inauguraba un teatro que había hecho en lugar de arreglar las conducciones de agua (no, por Dios, no es una crítica, ¿cómo se puede criticar que se construya un teatro? la trampa es perfecta). El acto de inauguración costó 1’2 millones de euros, unos 200 millones de pesetas, sin IVA. Pedazo fiesta con champán francés (cava catalán no, por supuesto, que aunque los de derechas son muy españoles, donde esté el champán francés…)
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