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domingo, 26 de octubre de 2014

Saber enciclopédico

Hoy voy a deshacerme de algunas enciclopedias. Unas completas, otras con un único volumen, pero que representan una forma de conocimiento que ya no es práctico. Sus contenidos los tengo ”a un clic”, y necesito el espacio que ocupan para poder poner otro tipo de libros que ahora sufren amontonados, sin que se les pueda leer ni siquiera el canto.

He preguntado y, ni bibliotecas, ni asociaciones, ni nadie las quiere. Irán al contenedor de papel. Si alguno veis algo que os interese, decídmelo antes de esta tarde, que será cuando tomen su camino hacia un futuro incierto.

El saber enciclopédico tuvo su razón de ser hace siglos, cuando era necesario compendiar el conocimiento, unificarlo, uniformarlo, decidir qué era académicamente aceptable y qué no, cuando el poder podía controlar el saber.

Sin embargo, aunque toda la información la tenemos a un clic, seguimos juzgando el conocimiento  de los menores, que participan de una enseñanza secundaria obligatoria, por su capacidad para memorizar conocimientos enciclopédicos. Decimos que superan con éxito la enseñanza obligatoria si  han sido capaces de memorizar la tabla periódica de elementos, o los ríos de África, o los reyes godos, o las conjunciones copulativas, o el teorema de Pitágoras, o tantas y tantas cosas que no hay más que darle al buscar del ordenador para tenerlas. Y decimos que sufren fracaso escolar, o que no cumplen las expectativas, o cualquier otro eufemismo,  aquellos alumnos que no han memorizado esos datos, o que, habiéndolos memorizado, no han sido capaces de reflejarlos en un examen.

Profesores que vigilan que en los exámenes no se lleve material, ni libros, ni papeles, ni móvil, ni ordenador. Profesores que evalúan la capacidad memorística de sus alumnos, pero que apenas evalúan la capacidad de llevar a la práctica los datos que tienen a un clic. Profesores que se ofenderán al leer esto.

Imaginemos una pregunta de examen: Describe el entorno, realizando una circunferencia de un kilómetro alrededor de la puerta del instituto. Dibuja las calles, la situación de las aceras y del mobiliario urbano, las especies vegetales y animales que viven en él, los edificios de viviendas, los industriales o empresariales, la actividad económica del entorno, la pirámide de población, sus datos culturales y económicos, los edificios públicos, los servicios gratuitos y los de pago. Describe las necesidades de las personas que viven en las proximidades de tu instituto y plantea cómo cubrir aquellas que encuentres con déficit.

Un porcentaje mínimo, muy mínimo, de los alumnos de la enseñanza secundaria obligatoria, serían capaces de responder a esta pregunta. Y puede que nos sorprendiera que muchos alumnos a los que se engloba dentro de los “fracasados” obtuvieran mejor nota que otros “de 10”. Pero ese mismo porcentaje es aplicable también a sus profesores, y a los padres y madres de los alumnos. Es una pregunta que debería ser fácil, pero a la que casi nadie es capaz de responder.

Pero sigamos valorando, sigamos diciendo que superan con éxito la enseñanza secundaria obligatoria, a aquellos alumnos que han sido capaces de memorizar para un examen los ríos de Asia o la tabla periódica.