DEFENDIENDO LA EDUCACIÓN Y LA SANIDAD PÚBLICA. DEFENDIENDO EL ESTADO DEL BIENESTAR.

POR AQUÍ, ÚLTIMAMENTE, ANDO POCO. ES MÁS FÁCIL ENCONTRARME EN FACEBOOK O EN TWITTER

jueves, 6 de febrero de 2014

El brazo protector

Sobre tu brazo, brazo grande, brazo almohada, apoyaba mi cabeza de niño. Ahí, seguro, confortable, me quedaba dormido al tiempo que tú, con tus cabezadas, disimulabas el cansancio acumulado.

Siete desayunos, siete comidas, siete meriendas, siete cenas, una montaña de cacharros a fregar, montaña que se reproducía en cada una de las comidas diarias. Lucecita te acompañaba desde la radio mientras en la cocina, en tu cocina de dos por dos, pasabas las horas. Yo me sentaba en el taburete a mirarte, a hablarte de las cosas del cole, o del fútbol, con mis rodillas siempre llenas de mercromina. De vez en cuando te ayudaba a separar lentejas, o a cortar las judías verdes, o a dar la vuelta esos filetes que se me van a quemar, anda, que me quedan aún muchos cacharros por fregar. ¿Puedo…? no, que te quemas. ¿Podéis dejar  de pegaros?. Ya veréis cuando venga vuestro padre y se lo cuente… ¿es que no podéis jugar sin pegaros?.

Tus manos, tus manos que prolongaban tu brazo protector, me cogían fuerte para cruzar la calle Bailén, estate quieto, que aquí hay muchos coches, deja de hacer el tonto. Y a ratos agarrado de tu mano, a ratos haciendo el cabra, llegábamos al Mercado de La Cebada, tu mercado, tu salida casi diaria, casi tu única salida. Era sábado y podía acompañarte. Qué suerte tiene, que hoy trae compañía y le ayudará a llevar peso…. Cómo ha crecido el chaval. Y yo me hinchaba para que me vieran más grande, sobre todo cuando empecé a tener fuerzas para arrastrar el pesado carro siempre lleno, siempre pesado. Deja, anda, que pesa mucho. No, que soy mayor y ya puedo. Anda, baja a por pan, que se me ha olvidado ¿pero puedo comprarme un bollo? No, como mucho un colín.

Tus manos, en tus cumpleaños, o en alguna otra ocasión especial, sujetaban el libro de Gabriel y Galán, casi un misal, mientras nos recitabas El Ama. Yo nací en el hogar donde se funda la dicha más perfecta, y para hacer la mía quise ser como mi padre era, y busqué una mujer como mi madre, entre las hijas de mi hidalga tierra. Y de vez en cuando lo alternabas con Bécquer, volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, qué es poesía, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul, o con Rubén Darío, juventud, divino tesoro, ¿ya te vas para no volver?

Luego fui adolescente y me volví imbécil. Tenía que ser un hombre. John Wayne y Bogart eran los modelos a seguir. Hombres duros, fuertes, que no lloran, que sólo hablan cuando hay algo importante que decir, hombres sin madre, que nacieron siendo ya hombres. Y desde entonces nos separamos, me separé, cada vez un poco más. Y me casé y me fui a vivir lejos, lo suficientemente lejos para que el contacto fuera de visita, de visita de médico muchas veces…

Sé que estabas orgullosa de mí porque tenía un trabajo estable, porque me había casado con una buena mujer de la que nunca fuiste suegra, sino también madre, porque tenía dos buenas hijas. Y sé que me echabas de menos y que yo no te correspondía.

Pero en casa, de noche, cuando me acurruco en el sofá, sigo sintiendo que me apoyo en tu brazo, tu brazo protector, y así, tranquilo, seguro, amado, me quedo dormido.