Al llegar, la presencia de feriantes con
sus chiringuitos indica que hay fiestas. Dejamos el coche y bajamos a dar una
vuelta por el pueblo y comprar cosas para la cena. La comida será de tapas.
Vemos que la calle Mayor está engalanada con hilos que la recorren en diagonal, llenos de banderitas de
Castilla y León, de España, y de la Unión Europea. No hay más engalanamiento.
Realmente no se llama calle Mayor, sino que tiene el nombre de un dictador que
no me apetece repetir. Nos cruzamos con una señora mayor que va hablando por teléfono:
- - No, es sólo un constipado,
pero como tengo tantas cosas ando un
poco fastidiada. Bueno… ¿y tú que tal?
Pienso que esa conversación se repetirá
mil veces en mil sitios distintos.
La calle Mayor está llena de señales temporales
de prohibido aparcar por procesión. Al día siguiente sacarán al santo, a San
Antonio, por las calles del pueblo. Creo que no tienen su cuerpo incorrupto,
así que me imagino que lo que sacarán será una imagen del santo.
Pasamos por la panadería Calahorra, a la
que llamamos “la rusa” por la nacionalidad de su dependienta. Dos barras, media
de huevos, un litro de leche y dos bollos, rellenos de tarta de manzana. Otras
veces compramos torteles con cabello de ángel pero se han terminado. Nos regala
dos bollitos de pan que vamos comiendo por la calle.
Tras pasar por el estanco para reponer
tabaco de liar y filtros, llegamos al bar Zodiaco, al que llamamos ”el chino”,
también por la nacionalidad del camarero, aunque David, que así se llama en
castellano, lleva algunos meses de baja por un problema grave en una rodilla.
Dos cañas con tapas de paella y de chipirón. Una de las mesitas de fuera se ha quedado libre y salimos a la calle.
Escucho una conversación entre dos
hombres mayores.
- - En lugar del domingo antes de
San Antonio, que sea el de después
- - Claro
Siguen andando y me quedo sin saber cuál
es la polémica que hay, pero alguna hay, porque lo hablan con bastante
gravedad.
Caen dos cañas más, y otras dos, y más
tapas. Pienso en la suerte de haber conseguido la mesita porque dentro, por
alguna razón, el dueño ha pensado que a los clientes nos gusta escuchar Máxima
FM o similar. Es un hombre serio, un señor, al que casi nunca he visto sonreir con la boca, aunque sí con la mirada,
y que tiene cara de buena persona. Por eso extraña más el tipo de música que
selecciona para amenizar a su clientela.
Pero sus tapas son magníficas y te permite pedir la que quieras.
Pasan dos chicas por la calle. Una madre
sale del bar y le dice a una de ellas:
- - Ve a comprarme garbanzos
- - ¿De los pequeñitos o de los
gordos?
Una moto pasa con el tubo de escape a todo lo que da y me
impide conocer el resto de la conversación. Me quedo con los gestos de la
chica, de unos doce años, completamente expresiva, suelta, con muchísima
naturalidad. Le diría mis pensamientos a su madre, y que seguramente su hija
podría ser una estupenda actriz. Pero no digo nada.
Cuando vamos a pagar nos invitan a otras
cañas, con sus tapas. Gracias.
Terminamos el recorrido en el burguer, el
de al lado del Centro de la Tercera Edad. Su nombre está formado por unas siglas que no
recuerdo. JM o algo así. Aunque se llama “burguer” su especialidad son los
pescados, pero también hay hamburguesas, claro. Lo lleva una pareja de chicos
jóvenes que no paran de trabajar. Allí inauguramos la temporada de sardinas, en
la terraza, a la sombra.
Las cañas y el sol aconsejaban una
siesta, e hicimos caso al consejo. Cuando el sol empieza a caer nos damos el
paseo habitual hasta el pantano. El cartel dice que son cuatro kilómetros. Allí
Lucila aprovecha para hacer unas fotos de la casi puesta del sol. Volvemos ya
anochecido y cenamos. Bajamos de nuevo al pueblo porque se nos olvidó comprar
café para el desayuno, y así podemos ver qué ambiente hay. Medio pueblo está
dormido. El otro medio, aunque quiera, no puede, porque la música de las
casetas de los feriantes hace imposible el empeño. Compramos café en el chino.
Se ven las terrazas de los bares de la esquina de la carretera a Cebreros con
buen ambiente. Grupos de jovencitos y jovencitas pasean por la calle o hablan
en un banco.
A la vuelta pasamos por el punto de
información turística, que tiene una pantalla táctil. Buscamos las fiestas de
San Antonio. Dice que se celebran el 12, 13, 14 y 15 de junio, y que hay toros,
corridas de toros, y otras actividades culturales, deportivas y musicales que
no especifica. Tampoco hay ningún cartel por las calles que indique en qué
consisten esas otras actividades. De los toros sí hay carteles, muchos,
enormes.
De regreso nos llaman nuestras hijas, que se quedaron en Madrid. La
mayor está con una tos espantosa. Estuvimos probando con ibuprofeno, jarabes y
similares pero no se le pasa. Una de las vecinas nos dijo que su marido
estaba igual y que el médico le había certificado que era alergia, y nos dio el
nombre de las pastillas para solucionarlo.
El domingo madrugamos para volver pronto
a casa e ir a la farmacia a por el nuevo remedio. Nos quedamos sin ver al santo
y pedirle algo. En Madrid, a San Antonio de la Florida se le pide novio y te concede tantos como alfileres se claven
en las manos. A éste no sé qué se le pedirá, pero seguro que algo concede. Bueno,
nos quedamos como estamos.
Intentaremos volver el próximo finde, y
ver las fiestas en todo su esplendor. Como lo de ver señores vestidos con
mallas clavándole cosas a un toro no nos gusta, esperemos que las otras
actividades que anuncian merezcan la pena. Veremos.