Érase una vez un señor muy rico que
dirigía una empresa. Bueno, realmente era un conglomerado de empresas porque
las había divido por… por… por razones estratégicas. Este señor, según las
últimas noticias de 2011, cobraba 2.300.000 euros por su trabajo de director,
más las acciones que tenía.
Pero quería más. Pensó que, aprovechando
la crisis, podía hacer que sus empleados cobraran menos y, así, tener más
beneficios. Digo “más” porque sus empresas ya generaban beneficios. Pero quería
más.
Entonces, cuando Rajoy sacó su reforma
laboral en la que se permitía hacer EREs porque sí, dijo “voy a hacer un ERE y
despido a los que me dé la gana y luego contrato a otros por mucho menos”. Los
trabajadores, al enterarse, amenazaron con una huelga brutal. Como estos
trabajadores estaban subcontratados con otras empresas, si hacían huelga le
costaría una burrada a la empresa, porque tendría que pagar daños y perjuicios
por los trabajadores que había cedido. Vaya –pensó- qué mala pata. No voy a
poder echarlos.
Entonces tuvo otra idea luminosa. Como la
reforma laboral de Rajoy permitía cargarse el convenio colectivo, y hacer uno
como al empresario le diera la gana, decidió hacerlo. Pero, oh, vaya
contrariedad, el Tribunal Supremo dijo que aunque Rajoy quisiera, eso era una
barbaridad que no se podía hacer. "¡¡¡Jo!!!. ¿Es que no me van a dejar hacer lo
que me de la gana con mis trabajadores?"
Pero, por fin, tras noches en vela, tuvo
la idea definitiva. Decidió que, dentro de su conglomerado de empresas montaría
una pequeñita, con amiguitos. De entre esos amiguitos eligió a los
representantes sindicales y, con ellos, firmó un convenio colectivo en el que
se recogía todo lo malo de la reforma laboral de Rajoy. Tenía de todo:
movilidad diaria, para que se trabajaran los domingos gratis, movilidad horaria
para que se pudiera trabajar a la hora que le daba la gana al jefe, y movilidad
geográfica, para poder mandar al trabajador “a Lituania, si hace falta”.
Una vez montada esta empresita, con su
convenio colectivo, absorbió al resto de empresas del grupo. Al absorberlas,
los trabajadores mantenían sus derechos anteriores pero, oh pero, al año
siguiente serían asimilados al nuevo convenio. Claro que los trabajadores no
estaban obligados. Si querían, se podían marchar, y cobrarían de indemnización
lo que marca la reforma laboral de Rajoy: 20 días por año con un máximo de un
año. Lo mismo, lo mismo, que cobrarían si hubiera un ERE. Los que se quedaran
sólo mantendrían de sus derechos anteriores su salario y su antigüedad.
Para los nuevos trabajadores que
contratara esta nueva empresa, los salarios serían:
Gerencia. 30.000 euros
Mando intermedio: 24.000
Especialista: 17.000
Técnico Senior: 13.500
Técnico: 12.000
Grupo de inicio: 9.650
Como éste es el salario del convenio, y los
asimilados de otras empresas del grupo cobran más, nunca jamás volverían a
tener una subida de sueldo. Los que se quedaran.
Y el jefe y sus amiguitos fueron felices
y comieron perdices.
Menos mal que esto es un cuento de
empresa que, si fuera real, al que le tocara se estaría acordando de Rajoy, de
su reforma laboral, de su jefe y de tantas cosas que le costaría conciliar el
sueño. Aparte de por el calor, claro.