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miércoles, 1 de julio de 2015

Cuento de empresa

Érase una vez un señor muy rico que dirigía una empresa. Bueno, realmente era un conglomerado de empresas porque las había divido por… por… por razones estratégicas. Este señor, según las últimas noticias de 2011, cobraba 2.300.000 euros por su trabajo de director, más las acciones que tenía.

Pero quería más. Pensó que, aprovechando la crisis, podía hacer que sus empleados cobraran menos y, así, tener más beneficios. Digo “más” porque sus empresas ya generaban beneficios. Pero quería más.

Entonces, cuando Rajoy sacó su reforma laboral en la que se permitía hacer EREs porque sí, dijo “voy a hacer un ERE y despido a los que me dé la gana y luego contrato a otros por mucho menos”. Los trabajadores, al enterarse, amenazaron con una huelga brutal. Como estos trabajadores estaban subcontratados con otras empresas, si hacían huelga le costaría una burrada a la empresa, porque tendría que pagar daños y perjuicios por los trabajadores que había cedido. Vaya –pensó- qué mala pata. No voy a poder echarlos.

Entonces tuvo otra idea luminosa. Como la reforma laboral de Rajoy permitía cargarse el convenio colectivo, y hacer uno como al empresario le diera la gana, decidió hacerlo. Pero, oh, vaya contrariedad, el Tribunal Supremo dijo que aunque Rajoy quisiera, eso era una barbaridad que no se podía hacer. "¡¡¡Jo!!!. ¿Es que no me van a dejar hacer lo que me de la gana con mis trabajadores?"

Pero, por fin, tras noches en vela, tuvo la idea definitiva. Decidió que, dentro de su conglomerado de empresas montaría una pequeñita, con amiguitos. De entre esos amiguitos eligió a los representantes sindicales y, con ellos, firmó un convenio colectivo en el que se recogía todo lo malo de la reforma laboral de Rajoy. Tenía de todo: movilidad diaria, para que se trabajaran los domingos gratis, movilidad horaria para que se pudiera trabajar a la hora que le daba la gana al jefe, y movilidad geográfica, para poder mandar al trabajador “a Lituania, si hace falta”.

Una vez montada esta empresita, con su convenio colectivo, absorbió al resto de empresas del grupo. Al absorberlas, los trabajadores mantenían sus derechos anteriores pero, oh pero, al año siguiente serían asimilados al nuevo convenio. Claro que los trabajadores no estaban obligados. Si querían, se podían marchar, y cobrarían de indemnización lo que marca la reforma laboral de Rajoy: 20 días por año con un máximo de un año. Lo mismo, lo mismo, que cobrarían si hubiera un ERE. Los que se quedaran sólo mantendrían de sus derechos anteriores su salario y su antigüedad.

Para los nuevos trabajadores que contratara esta nueva empresa, los salarios serían:
Gerencia. 30.000 euros
Mando intermedio: 24.000
Especialista: 17.000
Técnico Senior: 13.500
Técnico: 12.000
Grupo de inicio: 9.650

Como éste es el salario del convenio, y los asimilados de otras empresas del grupo cobran más, nunca jamás volverían a tener una subida de sueldo. Los que se quedaran.

Y el jefe y sus amiguitos fueron felices y comieron perdices.

Menos mal que esto es un cuento de empresa que, si fuera real, al que le tocara se estaría acordando de Rajoy, de su reforma laboral, de su jefe y de tantas cosas que le costaría conciliar el sueño. Aparte de por el calor, claro.


lunes, 8 de junio de 2015

Fiestas de El Tiemblo

Al llegar, la presencia de feriantes con sus chiringuitos indica que hay fiestas. Dejamos el coche y bajamos a dar una vuelta por el pueblo y comprar cosas para la cena. La comida será de tapas. Vemos que la calle Mayor está engalanada con hilos que la recorren en diagonal, llenos de banderitas de Castilla y León, de España, y de la Unión Europea. No hay más engalanamiento. Realmente no se llama calle Mayor, sino que tiene el nombre de un dictador que no me apetece repetir. Nos cruzamos con una señora mayor que va hablando por teléfono:

-           - No, es sólo un constipado, pero como tengo tantas cosas ando un poco fastidiada. Bueno… ¿y tú que tal?

Pienso que esa conversación se repetirá mil veces en mil sitios distintos.

La calle Mayor está llena de señales temporales de prohibido aparcar por procesión. Al día siguiente sacarán al santo, a San Antonio, por las calles del pueblo. Creo que no tienen su cuerpo incorrupto, así que me imagino que lo que sacarán será una imagen del santo.

Pasamos por la panadería Calahorra, a la que llamamos “la rusa” por la nacionalidad de su dependienta. Dos barras, media de huevos, un litro de leche y dos bollos, rellenos de tarta de manzana. Otras veces compramos torteles con cabello de ángel pero se han terminado. Nos regala dos bollitos de pan que vamos comiendo por la calle.

Tras pasar por el estanco para reponer tabaco de liar y filtros, llegamos al bar Zodiaco, al que llamamos ”el chino”, también por la nacionalidad del camarero, aunque David, que así se llama en castellano, lleva algunos meses de baja por un problema grave en una rodilla. Dos cañas con tapas de paella y de chipirón. Una de las mesitas de fuera se ha quedado libre y salimos a la calle.

Escucho una conversación entre dos hombres mayores.

-          - En lugar del domingo antes de San Antonio, que sea el de después
-          - Claro

Siguen andando y me quedo sin saber cuál es la polémica que hay, pero alguna hay, porque lo hablan con bastante gravedad.

Caen dos cañas más, y otras dos, y más tapas. Pienso en la suerte de haber conseguido la mesita porque dentro, por alguna razón, el dueño ha pensado que a los clientes nos gusta escuchar Máxima FM o similar. Es un hombre serio, un señor, al que casi nunca he visto sonreir con la boca, aunque sí con la mirada, y que tiene cara de buena persona. Por eso extraña más el tipo de música que selecciona para amenizar a su clientela. Pero sus tapas son magníficas y te permite pedir la que quieras. 

Pasan dos chicas por la calle. Una madre sale del bar y le dice a una de ellas:

-          - Ve a comprarme garbanzos
-          - ¿De los pequeñitos o de los gordos?

Una moto pasa con el tubo de escape a todo lo que da y me impide conocer el resto de la conversación. Me quedo con los gestos de la chica, de unos doce años, completamente expresiva, suelta, con muchísima naturalidad. Le diría mis pensamientos a su madre, y que seguramente su hija podría ser una estupenda actriz. Pero no digo nada.

Cuando vamos a pagar nos invitan a otras cañas, con sus tapas. Gracias.

Terminamos el recorrido en el burguer, el de al lado del Centro de la Tercera Edad. Su nombre está formado por unas siglas que no recuerdo. JM o algo así. Aunque se llama “burguer” su especialidad son los pescados, pero también hay hamburguesas, claro. Lo lleva una pareja de chicos jóvenes que no paran de trabajar. Allí inauguramos la temporada de sardinas, en la terraza, a la sombra.

Las cañas y el sol aconsejaban una siesta, e hicimos caso al consejo. Cuando el sol empieza a caer nos damos el paseo habitual hasta el pantano. El cartel dice que son cuatro kilómetros. Allí Lucila aprovecha para hacer unas fotos de la casi puesta del sol. Volvemos ya anochecido y cenamos. Bajamos de nuevo al pueblo porque se nos olvidó comprar café para el desayuno, y así podemos ver qué ambiente hay. Medio pueblo está dormido. El otro medio, aunque quiera, no puede, porque la música de las casetas de los feriantes hace imposible el empeño. Compramos café en el chino. Se ven las terrazas de los bares de la esquina de la carretera a Cebreros con buen ambiente. Grupos de jovencitos y jovencitas pasean por la calle o hablan en un banco.

A la vuelta pasamos por el punto de información turística, que tiene una pantalla táctil. Buscamos las fiestas de San Antonio. Dice que se celebran el 12, 13, 14 y 15 de junio, y que hay toros, corridas de toros, y otras actividades culturales, deportivas y musicales que no especifica. Tampoco hay ningún cartel por las calles que indique en qué consisten esas otras actividades. De los toros sí hay carteles, muchos, enormes.

De regreso nos llaman nuestras hijas, que se quedaron en Madrid. La mayor está con una tos espantosa. Estuvimos probando con ibuprofeno, jarabes y similares pero no se le pasa. Una de las vecinas nos dijo que su marido estaba igual y que el médico le había certificado que era alergia, y nos dio el nombre de las pastillas para solucionarlo.

El domingo madrugamos para volver pronto a casa e ir a la farmacia a por el nuevo remedio. Nos quedamos sin ver al santo y pedirle algo. En Madrid, a San Antonio de la Florida se le pide novio y te concede tantos como alfileres se claven en las manos. A éste no sé qué se le pedirá, pero seguro que algo concede. Bueno, nos quedamos como estamos.

Intentaremos volver el próximo finde, y ver las fiestas en todo su esplendor. Como lo de ver señores vestidos con mallas clavándole cosas a un toro no nos gusta, esperemos que las otras actividades que anuncian merezcan la pena. Veremos.



martes, 2 de junio de 2015

Sobre los lectores de "malos libros"

Tuve un profesor de Historia, en Secundaria (BUP), que nos decía algo así como “cuando veáis a alguien en el metro leyendo el Marca muy despacio, moviendo los labios, no os riais de él. Seguramente no ha tenido la oportunidad que habéis tenido vosotros de estudiar y, si no fuera por el Marca, no leería nunca. El Marca consigue que esa persona no sea un analfabeto total.”

Este recuerdo me ha venido a la cabeza después de leer a varios autores quejándose de las pocas ventas de “buena literatura” en la Feria del Libro, y del gran número de ventas de libros escritos por personajes televisivos, sean éstos tertulianos, o folklóricas, o futbolistas.

Sí, seguramente seríamos una sociedad mejor si todos leyéramos “grandes obras” pero… 

Yo, que utilizo el transporte público, me gusta ver cómo a mi alrededor hay mucha gente leyendo, en papel o en tableta. No me pregunto qué leen. Es más, las ocasiones en que es en papel y el libro no está forrado, muchas veces me encuentro con autores que no sé ni quienes  son; no sé si son adecuados o no, si son buena literatura o no. Pero me gusta ver a las personas que me rodean leyendo, sea lo que sea.

En mi casa había muchos libros y, sin embargo, no recuerdo haber visto a mi padre leyéndolos. Cuando era pequeño, mi padre trabajaba mucho, durante muchas etapas en dos trabajos, o haciendo horas extras y me imagino que cuando llegaba a casa le apetecía muy poco ponerse a leer. Mi madre sí leía algo más, pero era una lectura más repetitiva de lo que había leído en su infancia y juventud, de títulos que le traían recuerdos, más que una búsqueda de novedades. Lo que no puedo olvidar es que fui un privilegiado teniendo unos padres que sabían leer; muchos de mis compañeros no tuvieron esa suerte.

Mi padre, cuando se jubiló, se enganchó con las obras de Marcial Lafuente “Estefanía”. En aquella época nos metíamos con él por sus lecturas, pero yo también “caí” y estuve una temporada de mi adolescencia leyendo esas historias fáciles de vaqueros. Y menos mal. Cuando mi padre dejó de leer esas historias y se enganchó a la tele fue cuando empezó su declive.

Pensando en lo que me decía aquel profesor de Historia, pensando en cómo mi padre leía, siento el máximo respeto por alguien que tiene un  libro en las manos, sea el libro que sea.

Sí, es preferible que todos leamos “buena literatura” pero, además de quejarnos, podríamos hacer algo.

En Primaria, los chavales tienen suerte. A ningún clásico se le ocurrió escribir libros para niños y los maestros pueden recomendar libros de El Barco de Vapor o similares. Los niños se encuentran  con libros actuales, escritos por autores actuales, que les cuentan historias pensadas para ellos y que entienden perfectamente. En Primaria se crean grandes lectores.

Pero en Secundaria la cosa cambia. De repente, los adolescentes tiene que dejar de leer libros que les apasionan y tienen que meterse en el mundo de los clásicos, sean éstos Cervantes o Cela. O Las Cantigas de Nuestra Señora….

Mi hija mayor pasó de ser una lectora salvaje, que se bebía los libros de Laura Gallego, o de Harry Potter, o de vampiros (esos que yo le decía que eran de tapas negras con sangre), a abandonar casi por completo la lectura. En Secundaria le obligaban a leer unos libros que no entendía, que alguien en un ministerio había decidido que tenía que leer. Pero, además, como los profesores tenían que asegurarse de que los habían leído, tenían que “examinarla”, y para evitar que leyera resúmenes en El Rincón del Vago o similares, le preguntaban cosas como “¿cómo se llama el tendero que vende el pan al protagonista en el segundo capítulo?.”.  No, no es una invención, esta pregunta es real. Y tuvo que empezar a leer los libros impuestos no disfrutando de ellos, sino buscando datos  para memorizar que luego podían caer en un examen.

Hace poco leí un mea culpa de un profesor de Literatura de Secundaria en el que pedía perdón a sus alumnos por no poder enseñarles las belleza de la literatura, de las palabras, de las frases que conmueven el corazón, o el cerebro. Pedía perdón porque la enseñanza de la Literatura se había convertido en un ejercicio memorístico de autores, libros, fechas, datos que no aportaban absolutamente nada.

Algo parecido me pasó a mí en Secundaria. Y luego, en la Facultad, lo único que tienes tiempo de leer son ensayos relacionados con el tema que estás estudiando, y pierdes ya del todo el contacto con los libros, con los buenos libros que de pequeño te apetecía leer. En mi época era Salgari, y Julio Verne.

Si queremos que cambien los lectores, que haya más y que lean mejores libros, empecemos por cambiar el sistema educativo. Confiemos en los profesores de Literatura de Secundaria y dejémosles libertad para decidir qué es lo que deben leer sus alumnos, cómo contárselo, qué es lo que pueden enseñar con cada libro que elijan. Démosles la misma libertad que tienen los maestros de Primaria. Confiemos en su profesionalidad y en su amor por los libros.

Me decía mi hija que se enteró de la muerte de García Márquez por la televisión porque en clase ni lo habían mencionado. Puede que el profesor fuera malo -que también los hay-, pero puede también que estuviera apretado en un curriculum obligatorio que tenía que contar sí o sí y que no pudiera parar su desarrollo para decir “chicos, ha muerto García Márquez, así que este mes vamos a dedicárselo. Mirad si tenéis un libro suyo en casa, cualquiera y, si no tenéis, pasaros por la biblioteca y escoged uno. Iremos haciendo lecturas de su obra y las comentaremos para apreciar su “realismo mágico”.

Con esto tal vez consiguiéramos mantener a esos lectores que se crean en Primaria. 

Pero hay que actuar también sobre los que ya somos adultos. Y aquí también se pueden hacer cosas. Había una colección hace años, “Alianza Cien”, que se llamaba así porque valía 100 pesetas (unos 0,60 euros). Grandes libros de grandes autores por menos de un euro.  No sería difícil que el Ministerio de Cultura, o la Consejería de Cultura de la Comunidad, o el Área de Cultura del Ayuntamiento editara libros similares y los regalase, por ejemplo, cada vez que renovásemos el abono transporte. O que el gremio de libreros, o el de escritores, los editase y se los regalase a cada uno que compre un libro en la Feria del Libro, sea el libro que sea. Puede que el libro se quede en una estantería y no se lea jamás, pero también es posible que alguien en el autobús se decida a leerlo y descubra un autor o un tema que no sabía ni que existían. Y puede que estas ideas sean peregrinas y haya otras mucho mejores. Pues bien, las que sean, pero protestar por la mala calidad de los lectores y no hacer nada no sirve para nada.


Vuelvo al principio. Respeto a todo aquel que veo leyendo  un libro o  en una tableta. Y si queremos que lo que lean tenga calidad, cambiemos las cosas o, al menos, intentemos cambiarlas.

jueves, 21 de mayo de 2015

He visto la luz

“He visto la luz, de repente he comprendido toda la política mundial, lo pongo en el Facebook y la gente, va, y vota otra cosa; son tontos”. Esto, o cosas similares, lo he visto escrito tras las elecciones andaluzas y lo estoy viendo también con respecto a las encuestas que se están publicando con el resto de elecciones. Y “tonto” es el calificativo más suave que he visto, porque he podido leer auténticas barbaridades destinadas a “los otros”.

No soy un experto politólogo, ni sociólogo. Simplemente soy un ciudadano que, durante una etapa de su vida, se dedicó a la política activa. Y, desde mi experiencia, la razón por la que se ganan o se pierden elecciones va un poco más allá. Lo expongo a continuación. Entiendo que se puede no estar de acuerdo, ya que es sólo mi opinión, pero por si a alguien le vale, la cuento.

Para ganar unas elecciones hacen falta unas cuantas cosas más que unas frases ingeniosas en el Facebook. Las enumero, aunque esta numeración no implique prioridad, sino simple ordenación.

1.- Un candidato/a. El partido al que vas a votar lleva un excelente candidato/a, pero el resto de partidos también lo lleva. Especialmente en estas elecciones, en Madrid, se puede ver el esfuerzo que han hecho todos los partidos por buscar personas válidas. Lógicamente, el del partido que vas a votar será el mejor, para ti, pero “los otros” tendrán sus candidatos igual de válidos. Un excelente candidato, elegido por el partido de una forma u otra, puede desequilibrar algo la balanza pero, en principio, sólo entre los de tu espectro ideológico.

2.- Un programa. El de tu partido es el mejor, claro, pero el de “los otros” va a ser similar porque, al final, todos detectan los mismos problemas y todos aplican similares soluciones. Al menos los de tu espectro político. Aquí ya puedes empezar a ver diferencias políticas entre izquierda y derecha, y mediopensionistas. El problema es que cuando se trata de soluciones concretas, todos, da igual de qué zona sean, van a “construir un polideportivo”. Y cuando no se concretan las propuestas, todos, van a “impulsar, favorecer, crear las condiciones necesarias…”. Y hay alguna candidata que ya ni presenta programa. Por eso, no es tanto el programa como la credibilidad de quién lo presenta lo que puede favorecer a tu partido.

3.- Un partido. El partido es importante porque es casi imposible que alguien sepa de todo. Es necesario que exista un lugar, físico o virtual, donde se reúnan y complementen las personas que conocen de las diversas materias, y desde el que se pueda responder a las inquietudes, sean del tipo que sean, que tengan los ciudadanos/as. Sobre el partido hablaré un poco más tarde.

4.- Una campaña. Hay siempre un porcentaje de indecisos que deciden a quién votar durante la campaña electoral. Están los otros tres puntos resueltos y se presentan a la ciudadanía de la mejor manera posible. Todos los partidos hacen campaña, y dependerá del valor de los tres puntos anteriores y de cruzar los dedos para que nadie meta la pata en plena campaña electoral. Las meteduras previas se suelen perdonar, más cuanto más alejadas en el tiempo estén, pero las de la campaña pueden decidir el voto en tu contra.

5.- El militante y/o simpatizante. Lo he dejado para el final pero no por ello es menos importante. En los otros puntos puedes decidir más o menos, de forma colectiva, dependiendo de los métodos de participación que establezca tu partido. Pero en tu papel como militante o simpatizante decides tú, y lo que hagas puede ser decisivo para que gane tu partido. Es el trabajo más difícil porque no es un trabajo temporal, sino prolongado durante años y sin horarios establecidos. Es necesario un contacto permanente con los ciudadanos, escucharles, saber escucharles, y posibilitarles respuestas a sus inquietudes. Y esto hay que hacerlo tanto con los ciudadanos de forma individual, como con los colectivos en los que se agrupan, ya sean AMPAS, o Asociaciones de Vecinos, o de mujeres,  o sindicatos, o plataformas en defensa de…

Aquí es donde la derecha lleva una gran ventaja. La izquierda, las personas de izquierda, que en los años de la transición estaban completamente movilizadas, organizadas, y con el valor de la fraternidad como uno de sus puntos álgidos, ha ido perdiendo poco a poco toda esa fuerza, mientras que la derecha la ha ido recuperando.

Partiendo de que las personas de derecha no tienen cuernos y rabo, y que los hay que se preocupan por sus vecinos con la misma efectividad que las personas de izquierda que lo hacen, tienen además unos puntos de apoyo muy importantes. Con algunas honrosas excepciones, unos señores de negro, con vestido negro, convocan a sus fieles todos los domingos y les aleccionan sobre sus principios y valores. Este es un punto de reunión y conexión muy importante del que la izquierda carece. Un dirigente de la derecha  me contaba como cada domingo iba a una iglesia distinta de su distrito para así poder estrechar cada semana las manos de un centenar de sus votantes. Otro punto importante para esta conexión son los colegios concertados religiosos.

Paralelamente, la derecha ha buscado acabar con todo aquello que podía significar un punto de conexión de la ciudadanía. Han realizado una campaña constante contra los sindicatos, a la que muchas personas de izquierda se han sumado; han quitado subvenciones y actividades a las asociaciones de vecinos, o AMPAS, o similares; han acabado con la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, la única que formaba en valores cívicos de forma directa; han intentado hundir la educación pública y promocionar la concertada, especialmente la religiosa; en resumen, han intentado acabar, y en ocasiones lo han conseguido, con el tejido social, asociativo y cívico, porque es donde saben que pueden debilitar enormemente a la izquierda.

Por ello hay que defender todas estas formas de conexión, y crear nuevas. Pero, además, hay que llevar a cabo el papel importantísimo de cada uno de nosotros en nuestra conexión con los vecinos. Pongo un ejemplo claro.

En las pasadas elecciones europeas, cuando el partido socialista estaba en su peor momento, el barrio del Aeropuerto, en Barajas, dio la mayoría absoluta, después de muchas elecciones, al partido socialista. Las razones siempre son múltiples, pero hay una clara: el enorme trabajo de durante años ha realizado Lynda Valenzuela con los vecinos, escuchando, preocupándose, aportando respuestas. Cuando el panorama era más desolador, consiguió la mayoría absoluta. Si todos hubiéramos trabajado con el mismo tesón que Lynda, con la misma empatía, los resultados generales habrían sido otros.
Lógicamente una persona no puede hacerlo sola. Necesita detrás un partido al que pueda trasladar las preguntas sobre becas, o sobre hipotecas, o sobre estado de las aceras, y que este partido responda y, en caso de problemas graves, se presente físicamente una persona conocedora de dicho problema para trasladar las respuestas.

Pero es imprescindible que existan personas como Lynda que, además de atender a los vecinos, se ha ocupado de los movimientos sociales, sean estos las asociaciones de vecinos, o la plataforma de alimentos, o la comunidad bolivariana, por citar algunos.

Un candidato, un programa y una campaña pueden dar buenos resultados. Pero es necesario, para que estos resultados se consoliden y aumenten, un fuerte tejido social, y personas que sean los vasos comunicantes entre la ciudadanía y los partidos. Si no, los buenos resultados pueden quedar en flor de un día. Con la política se puede mirar, o trabajar para adentro buscando un puesto, o trabajar con los vecinos. De qué es lo que hagamos cada uno dependerá el resultado final.

Vuelvo a lo que decía al principio. Por mis amigos de Facebook, seguramente el partido socialista obtendría un 50% de los votos, Podemos un 30%, IU un 10% y la derecha un 10%. Pero confundir esto con los resultados electorales es un error. E insultar a aquellos que no votan como tú es un error aún mayor, porque será difícil que luego te den su voto y, sobre todo, porque se merecen respeto. Más trabajo militante, más trabajo de calle es lo que realmente hace falta para ganar las elecciones y que esa victoria se mantenga en el tiempo. Si no, volverá la derecha.

Para terminar, y por si alguno se lo pregunta, cuando me dedicaba a la política yo no conseguí la mayoría absoluta que Lynda consiguió en el barrio en el que trabajó. En las elecciones europeas lo máximo a lo que llegué, junto con el enorme trabajo de Lucila, fue a que mi mesa fuera la única de la Alameda de Osuna, un barrio eminentemente de derechas, donde la suma de votos de PSOE e IU ganó al PP. Estuvo bien, pero...


De estas elecciones saldrá contento el 20% de los votantes, y medio contentos, dependiendo de los pactos, otro 20%. Ninguno de los votantes, ni los que ganen, ni los que pierdan, serán tontos. Igual el problema es que no hemos hecho el trabajo que teníamos que hacer.