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jueves, 21 de mayo de 2015

He visto la luz

“He visto la luz, de repente he comprendido toda la política mundial, lo pongo en el Facebook y la gente, va, y vota otra cosa; son tontos”. Esto, o cosas similares, lo he visto escrito tras las elecciones andaluzas y lo estoy viendo también con respecto a las encuestas que se están publicando con el resto de elecciones. Y “tonto” es el calificativo más suave que he visto, porque he podido leer auténticas barbaridades destinadas a “los otros”.

No soy un experto politólogo, ni sociólogo. Simplemente soy un ciudadano que, durante una etapa de su vida, se dedicó a la política activa. Y, desde mi experiencia, la razón por la que se ganan o se pierden elecciones va un poco más allá. Lo expongo a continuación. Entiendo que se puede no estar de acuerdo, ya que es sólo mi opinión, pero por si a alguien le vale, la cuento.

Para ganar unas elecciones hacen falta unas cuantas cosas más que unas frases ingeniosas en el Facebook. Las enumero, aunque esta numeración no implique prioridad, sino simple ordenación.

1.- Un candidato/a. El partido al que vas a votar lleva un excelente candidato/a, pero el resto de partidos también lo lleva. Especialmente en estas elecciones, en Madrid, se puede ver el esfuerzo que han hecho todos los partidos por buscar personas válidas. Lógicamente, el del partido que vas a votar será el mejor, para ti, pero “los otros” tendrán sus candidatos igual de válidos. Un excelente candidato, elegido por el partido de una forma u otra, puede desequilibrar algo la balanza pero, en principio, sólo entre los de tu espectro ideológico.

2.- Un programa. El de tu partido es el mejor, claro, pero el de “los otros” va a ser similar porque, al final, todos detectan los mismos problemas y todos aplican similares soluciones. Al menos los de tu espectro político. Aquí ya puedes empezar a ver diferencias políticas entre izquierda y derecha, y mediopensionistas. El problema es que cuando se trata de soluciones concretas, todos, da igual de qué zona sean, van a “construir un polideportivo”. Y cuando no se concretan las propuestas, todos, van a “impulsar, favorecer, crear las condiciones necesarias…”. Y hay alguna candidata que ya ni presenta programa. Por eso, no es tanto el programa como la credibilidad de quién lo presenta lo que puede favorecer a tu partido.

3.- Un partido. El partido es importante porque es casi imposible que alguien sepa de todo. Es necesario que exista un lugar, físico o virtual, donde se reúnan y complementen las personas que conocen de las diversas materias, y desde el que se pueda responder a las inquietudes, sean del tipo que sean, que tengan los ciudadanos/as. Sobre el partido hablaré un poco más tarde.

4.- Una campaña. Hay siempre un porcentaje de indecisos que deciden a quién votar durante la campaña electoral. Están los otros tres puntos resueltos y se presentan a la ciudadanía de la mejor manera posible. Todos los partidos hacen campaña, y dependerá del valor de los tres puntos anteriores y de cruzar los dedos para que nadie meta la pata en plena campaña electoral. Las meteduras previas se suelen perdonar, más cuanto más alejadas en el tiempo estén, pero las de la campaña pueden decidir el voto en tu contra.

5.- El militante y/o simpatizante. Lo he dejado para el final pero no por ello es menos importante. En los otros puntos puedes decidir más o menos, de forma colectiva, dependiendo de los métodos de participación que establezca tu partido. Pero en tu papel como militante o simpatizante decides tú, y lo que hagas puede ser decisivo para que gane tu partido. Es el trabajo más difícil porque no es un trabajo temporal, sino prolongado durante años y sin horarios establecidos. Es necesario un contacto permanente con los ciudadanos, escucharles, saber escucharles, y posibilitarles respuestas a sus inquietudes. Y esto hay que hacerlo tanto con los ciudadanos de forma individual, como con los colectivos en los que se agrupan, ya sean AMPAS, o Asociaciones de Vecinos, o de mujeres,  o sindicatos, o plataformas en defensa de…

Aquí es donde la derecha lleva una gran ventaja. La izquierda, las personas de izquierda, que en los años de la transición estaban completamente movilizadas, organizadas, y con el valor de la fraternidad como uno de sus puntos álgidos, ha ido perdiendo poco a poco toda esa fuerza, mientras que la derecha la ha ido recuperando.

Partiendo de que las personas de derecha no tienen cuernos y rabo, y que los hay que se preocupan por sus vecinos con la misma efectividad que las personas de izquierda que lo hacen, tienen además unos puntos de apoyo muy importantes. Con algunas honrosas excepciones, unos señores de negro, con vestido negro, convocan a sus fieles todos los domingos y les aleccionan sobre sus principios y valores. Este es un punto de reunión y conexión muy importante del que la izquierda carece. Un dirigente de la derecha  me contaba como cada domingo iba a una iglesia distinta de su distrito para así poder estrechar cada semana las manos de un centenar de sus votantes. Otro punto importante para esta conexión son los colegios concertados religiosos.

Paralelamente, la derecha ha buscado acabar con todo aquello que podía significar un punto de conexión de la ciudadanía. Han realizado una campaña constante contra los sindicatos, a la que muchas personas de izquierda se han sumado; han quitado subvenciones y actividades a las asociaciones de vecinos, o AMPAS, o similares; han acabado con la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, la única que formaba en valores cívicos de forma directa; han intentado hundir la educación pública y promocionar la concertada, especialmente la religiosa; en resumen, han intentado acabar, y en ocasiones lo han conseguido, con el tejido social, asociativo y cívico, porque es donde saben que pueden debilitar enormemente a la izquierda.

Por ello hay que defender todas estas formas de conexión, y crear nuevas. Pero, además, hay que llevar a cabo el papel importantísimo de cada uno de nosotros en nuestra conexión con los vecinos. Pongo un ejemplo claro.

En las pasadas elecciones europeas, cuando el partido socialista estaba en su peor momento, el barrio del Aeropuerto, en Barajas, dio la mayoría absoluta, después de muchas elecciones, al partido socialista. Las razones siempre son múltiples, pero hay una clara: el enorme trabajo de durante años ha realizado Lynda Valenzuela con los vecinos, escuchando, preocupándose, aportando respuestas. Cuando el panorama era más desolador, consiguió la mayoría absoluta. Si todos hubiéramos trabajado con el mismo tesón que Lynda, con la misma empatía, los resultados generales habrían sido otros.
Lógicamente una persona no puede hacerlo sola. Necesita detrás un partido al que pueda trasladar las preguntas sobre becas, o sobre hipotecas, o sobre estado de las aceras, y que este partido responda y, en caso de problemas graves, se presente físicamente una persona conocedora de dicho problema para trasladar las respuestas.

Pero es imprescindible que existan personas como Lynda que, además de atender a los vecinos, se ha ocupado de los movimientos sociales, sean estos las asociaciones de vecinos, o la plataforma de alimentos, o la comunidad bolivariana, por citar algunos.

Un candidato, un programa y una campaña pueden dar buenos resultados. Pero es necesario, para que estos resultados se consoliden y aumenten, un fuerte tejido social, y personas que sean los vasos comunicantes entre la ciudadanía y los partidos. Si no, los buenos resultados pueden quedar en flor de un día. Con la política se puede mirar, o trabajar para adentro buscando un puesto, o trabajar con los vecinos. De qué es lo que hagamos cada uno dependerá el resultado final.

Vuelvo a lo que decía al principio. Por mis amigos de Facebook, seguramente el partido socialista obtendría un 50% de los votos, Podemos un 30%, IU un 10% y la derecha un 10%. Pero confundir esto con los resultados electorales es un error. E insultar a aquellos que no votan como tú es un error aún mayor, porque será difícil que luego te den su voto y, sobre todo, porque se merecen respeto. Más trabajo militante, más trabajo de calle es lo que realmente hace falta para ganar las elecciones y que esa victoria se mantenga en el tiempo. Si no, volverá la derecha.

Para terminar, y por si alguno se lo pregunta, cuando me dedicaba a la política yo no conseguí la mayoría absoluta que Lynda consiguió en el barrio en el que trabajó. En las elecciones europeas lo máximo a lo que llegué, junto con el enorme trabajo de Lucila, fue a que mi mesa fuera la única de la Alameda de Osuna, un barrio eminentemente de derechas, donde la suma de votos de PSOE e IU ganó al PP. Estuvo bien, pero...


De estas elecciones saldrá contento el 20% de los votantes, y medio contentos, dependiendo de los pactos, otro 20%. Ninguno de los votantes, ni los que ganen, ni los que pierdan, serán tontos. Igual el problema es que no hemos hecho el trabajo que teníamos que hacer.

viernes, 8 de mayo de 2015

Sobre "El jardín vertical" de Alejandro López Andrada

La verdad es que no quería comprarlo. Bajo el título “El jardín vertical”, en la portada, figuraba la frase “la novela de un indignado”.  Desde aquel “¡Indignaos!” de Hessel han sido varios los libros que he leído sobre el tema y ya había llegado al límite de saturación.  Pero, por suerte, leí una crítica que, en forma de queja, contaba que la novela estaba escrita con el tono poético que Alejandro López Andrada, su autor, imprimía en todos sus escritos. Y fue precisamente eso lo que me decidió para comprarla.

Y acerté de pleno. La historia que cuenta es dura, sí, ya que el reflejo de la sociedad actual tiene que ser obligatoriamente duro. Bueno, quizás no obligatoriamente. Se puede escribir de marqueses montados a caballo o viajando en yate, pero cuando se escribe de la vida de un trabajador en la España actual, no se puede hacer otra cosa que relejar la realidad que todos vemos, y que sufrimos. Según me comentó el autor, esa dureza le había ocasionado incomprensión por parte de personas de su entorno. Es dura, pero no para tanto. Si lo comparamos con la novela “Intemperie” de Jesús Carrasco, la obra de Alejandro López Andrada es casi un juego de niños. O, como le comenté, escribe algo sobre la guerra de Flandes, que eso sí que fue duro. Pero no, lo que parece ser que ha molestado es que esté situada en el presente, ni siquiera en un presente de hace cinco años, sino en el presente de hoy mismo y que puede ser, si no lo remediamos, el presente de los próximos años.

Pero obviando la historia que cuenta la novela, a mí lo que más me interesaba, y lo que sigue interesándome, es la forma de escribir de su autor. Tengo que reconocer que es la primera novela que leo de él. Le conozco como poeta y, como tal, siento una admiración que no sé como describir. Su forma de tratar las palabras, de unirlas, de convertir un simple hecho en una escena llena de arte, me parecen únicos. Leerle es despertar todos los sentidos. Con él ves, hueles, oyes, palpas, gustas y degustas. Un escritor de campo, como él mismo se reconoce y presume, vive ahora en una pequeña ciudad, Córdoba, que la ve y la siente con los mismos ojos con los que ve y siente el campo. Y esa mirada no puede esquivar, como muchas veces hacemos los demasiado urbanos, el dolor a su alrededor. Se conmueve cuando ve a alguien que sufre, y cuando ve un amanecer, o cuando ve el vuelo de un ave posándose en una rama. Y transmite las emociones que siente de una forma magistral.

Esa forma de ver, de sentir, la ha llevado perfectamente a la novela “El jardín vertical”. Reconozco todos los paisajes de Madrid que aparecen en su novela y, gracias a él, puedo ver escritos todos esos sentimientos que muchas veces me han abordado y que no soy capaz de expresar. Es como si estuviera leyendo música.

Aprovechando lo que decía Manuel Rico en un artículo, la obra de Alejandro López Andrada es “la narrativa elaborada con una clara vocación literaria: es decir, a aquella en la que, aunque se cuenten historias, aunque haya suspense o trama negra, prevalece una voluntad de lenguaje, de descubrimiento del mundo, de acercamiento a una realidad conflictiva, dura, difícilmente comprensible a la luz de la razón y de una lógica simplemente humanista.”

Y es esa prevalencia de la voluntad del lenguaje lo que más me gusta de su libro. Y, al contrario de lo que ocurre con otros autores que también lo hacen, en este caso no es necesario –salvo alguna contada excepción- leerlo con un diccionario al lado. No, el autor utiliza palabras conocidas y que alguna vez empleamos, pero sabe combinarlas de una manera magistral. Ahora que están de moda los programas de cocina, es la misma diferencia existente entre aquellos que te presentan una receta con productos imposibles de adquirir, o aquellos que, con lo que tienes en casa, o en el mercado de al lado, son capaces de hacer obras de arte culinarias. Porque eso es, sin otro calificativo, la obra e Alejandro, una obra de arte.

Reconozco que no soy un experto literario, ni un crítico, y que mi forma de distinguir es por lo que me gusta y por lo que no. Es posible que si su libro, o cualquiera de sus poesías, hubiera llegado a mis manos hace cinco años, lo habría ignorado. Estaba demasiado metido en la lectura de ensayos, y la narrativa y la poesía estaban alejadas de mis intereses. Pero, afortunadamente, en los últimos tiempos estoy leyendo mucha poesía, y mucha novela. Y he descubierto en la obra de Alejandro justo lo que quiero leer. Su novela se presenta para mí como el final de una trilogía que había empezado con la ya nombrada “Intemperie”, que continuó con “Distintas formas de mirar el agua” de Julio Llamazares, y que termina con esta magnífica obra. Son obras de campo, de ese campo al que no he pertenecido nunca más que en vacaciones pero, al que quiero volver. "El jardín vertical” es una obra básicamente urbana, aunque algunos capítulos del principio y el final nos lleven al campo. Pero, como decía, no es tanto la ubicación física de la novela lo que me atrae, sino la forma de mirar de su autor. Y esa mirada la tiene alguien que forma parte de ese campo.

Ayer tuve la fortuna de asistir a la presentación del libro. Por desgracia Alejandro no me decepcionó. Y digo “por desgracia” porque empiezo a sentirme como un adolescente ante su cantante favorito. La enorme humanidad que desprende a través de su obra, y a través de sus comentarios en Facebook, es capaz de aumentar en el trato personal. Impresionante su capacidad de conversar, de detenerse a hablar con conocidos o extraños.

Coincidí con Julio Llamazares en su apreciación negativa sobre eso que parecía un subtítulo, “la novela de un indignado”. Su editor, Máximo Higuera, nos aclaró que pretendía ser una especie de frase publicitaria pero que su situación en la portada hacía que pareciera un subtítulo. Decía Julio que, cuando veía a Alejandro por Córdoba lo sentía extraño, ya que para él Alejandro se entiende viéndolo como parte del paisaje de Los Pedroches, en el que está completamente integrado, y en el que situaba gran parte de su anterior producción. Coincidí en verle como una continuación de Miguel Hernández, otro gran poeta que supo reflejar la vida con una mirada única.

Volveré a leer “El jardín vertical” y, de verdad, os lo recomiendo. Lo he leído en apenas dos tirones y ahora quiero leerlo despacio, saboreando el arte que hay en sus palabras, en sus frases, degustando cada una de las descripciones y sentimientos. Volveré a despertar todos mis sentidos.

Por si no he sabido explicarlo bien, os dejo un fragmento –espero que no moleste al editor o al autor- en el que se ve lo que quiero decir:

“Como si mi interior fuese vaciándose y mi voluntad apenas ya pesara, me dejé llevar de la mano por la brisa que, amena, soplaba entre los árboles del Pardo y los recovecos umbríos del museo. Las columnas y los arcos de la armónica fachada en esos instantes parecían susurrar oníricas frases que me estremecían. Era como si el mueso adquiriese vida y sus pulmones de piedra respirasen a un ritmo muy lento, produciendo un estertor que se disolvía en el aire casi púrpura.”