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jueves, 26 de diciembre de 2013

Mi padre no era bombero

No, mi padre no era bombero. Si lo hubiera sido, igual habría podido heredar un cuerpo de calendario, de esos que tienen músculos con nombre.

Pero mi padre era ferroviario, de la RENFE. Y no de esos ferroviarios que ponen traviesas o raíles que, de haber sido así, igual también tendría un cuerpo de anuncio, como aquel famoso de Pepsi en el que un montón de oficinistas mujeres miraban al limpiador de cristales. No es igual de chic que ser bombero, pero de cuerpo andan ahí ahí. No, era ferroviario pero de oficina, y sus ocho horas sentado frente a una mesa debieron de afectar a que su cuerpo se formara como una masa uniforme, redondeada, donde no había músculos.

Yo he heredado ese cuerpo, y mis ocho horas obligadas frente al ordenador, más algunas horas voluntarias, han ayudado a preservar esa herencia cuasi genética. Aunque visualmente no sea de lo más agradable, lo bueno que tiene es que se evitan muchos dolores. Aquellos que tienen abductores te comentan cómo, de vez en cuando, les duelen. ¿Abductores? ¿Qué coño son los abductores? Yo no tengo, y me evito sus dolores. Como mucho a mí me puede doler alguna vez la pierna, o la tripa, o la espalda, pero no me duele nunca ningún músculo con nombre.

A los que les duelen los músculos les suele obsesionar que compartas su dolor con ellos, y te dicen aquello de “has echado tripa”, o “¿tú no vas al gimnasio?” como si el no ir fuera un delito vergonzante sobre el que te tienes que justificar.

Podría, sí, podría ponerme a régimen severo de frutas y verduras, crudas o cocidas, nunca fritas y, sobre todo, sin salsa donde mojar el pan. Y apuntarme a un gimnasio donde mi personal training me dijera qué aparatos hacer para conseguir músculos con nombre en las partes de mi cuerpo más redondeadas. Podría, sí, podría, pero me da tanta pereza…

Hasta para andar. Me gusta pasear, me encanta, y suelo hacerlo, cuando hace buen tiempo, unas dos horas al día. Pero eso, pasear, mirando los árboles, o los edificios, o a las personas con las que te cruzas. Y mantener una conversación relajada con mi pareja, que me acompaña en esos paseos. Eso de salir a “andar” a todo lo que da, como si te fuera la vida en ello, y llegar empapado de sudor, no es lo mío.

De todas formas no soy insensible al tema y, ya de puestos, me propongo ejercitar músculos a tutiplén. Sí, ahora que para año nuevo hay que tener buenos propósitos de cambio, ese va a ser mi principal motor de cambio: ejercitar los músculos.

Voy a procurar, todas las mañanas, dedicar treinta segundos a mirarme al espejo y sonreir. Y así, con esa sonrisa, salir a la calle, e intentar mantenerla y aumentarla a lo largo del día. Es un ejercicio duro, porque la espera del autobús, la llegada al trabajo y a sus problemas, los jefes que tienen músculos con nombre a base de jugar al pádel… no lo pondrán fácil. Pero procuraré mantener los músculos faciales con esa tonalidad que sólo sabe dar una sonrisa, o una buena carcajada.

Igual te quieres apuntar conmigo a este gimnasio facial. Sería bueno que, cuando nos encontráramos, en lugar de preguntarnos por los problemas del trabajo, o de su ausencia, o por la curva más o menos pronunciada que se ve por encima del cinturón, nos preguntáramos por cuántas veces hemos sonreído hoy, o cuántas veces hemos tenido una carcajada sincera. “Hoy me he pegado tres carcajadas que me han hecho llorar” “¿Sí?, no me digas, ¿y cómo ha sido?” y, a partir de ahí, tener una conversación sobre las cosas que hoy nos han hecho ejercitar los músculos de la cara, sobre aquello que nos ha hecho ser más felices. Y cuando te encontraras con alguien que te dijera “hoy no me he carcajeado ni una sola vez”  preocuparnos por esa persona e intentar cambiar su día. Te pido encarecidamente que si alguna vez te contesto algo así, me ayudes a mantener mi ejercicio facial.

Es un propósito de año nuevo y, como tal, igual sólo dura un par de días, o el mes de enero. Pero lo voy a intentar, que el tema éste de los músculos me tiene preocupado. ¿Te animas a formar parte de este gimnasio facial?. Si lo ves muy duro empezar de golpe, igual con un poco de sonrisa en los ojos al principio vale. Ya llegará la carcajada. No podremos poner nombre a los músculos que ejercitemos, peor lo pasaremos muy bien.

PD. Para aquellos que quieran conocer un poco más del tema, les dejo este enlace donde se promociona la sonrisa, la risa, la carcajada. Venga, anímate. http://ar.answers.yahoo.com/question/index?qid=20070520153218AA4TvbH




domingo, 22 de diciembre de 2013

Gallardón es un asesino

Podría haber buscado un eufemismo que disimulara un poco el mensaje, pero prefiero ponerlo con todas las letras, tal cual, para que no quede ninguna duda: Gallardón es un asesino.

Para él, y para todo el PP que promueve la reforma de la ley del aborto, en el momento que se unen dos células tenemos un ser vivo. No valen dos células cualquiera, que éstas llevan nombre: se llaman óvulo y espermatozoide. Esas dos células juntas ya son, para ellos, una persona y, por tanto, merecen toda la protección posible por parte del Estado. El que acabe con esa vida está asesinando a una persona. Asesinar es, según la RAE, “matar a alguien con premeditación, alevosía”. Pues eso es lo que dice el PP que hacen las mujeres que deciden abortar.

Aceptando pulpo como animal de compañía, Gallardón dice, por ejemplo, que si esas dos células se han unido como consecuencia de una violación, sí se puede asesinar a la persona recién formada. Justifica el asesinato en algunos casos, lo permite, crea un marco legal que lo protege. ¿Cómo llamar a quién protege el asesinato?.

Por otro lado, dice que ninguna mujer irá a la cárcel. Dice, según su razonamiento, que la mujer que asesine no irá a la cárcel, ni se la penalizará de ninguna manera. Si realmente piensa que es un asesinato, ¿cómo puede permitir que la asesina quede impune? ¿no es una forma de promover el asesinato? Y, Gallardón, ¿cómo se llama a quién promueve el asesinato?

La hipocresía de la derecha nos devuelve a la época de los abortos en Londres. Para ricas, claro, que las pobres abortarán en peluquerías o en casa de alguien. Y esa misma hipocresía evita que todas las pijas que, a partir de ahora, vayan a Londres a abortar, a asesinar según ellos, terminen con sus huesos en la cárcel. Cómo se puede explicar, si no, que una mujer que vaya a asesinar a alguien a Londres no termine en la cárcel.

Gallardón es un asesino confeso, que promueve y alienta el asesinato. Él, por su condición de hombre, no podrá ejercerlo directamente pero, conforme a su modo de pensar, lo alienta. El mismo PP debería llevar la nueva ley al Constitucional por atentar contra la vida, como ya ha hecho con las dos leyes anteriores que votaron en contra. Y debería expulsar a Gallardón del ministerio de Justicia por ser un asesino confeso. Hipócritas.

Saben que es mentira que dos células sean una persona. Lo saben, porque si no, la ley sería durísima, incluyendo penas de cárcel por asesinato, se cometiera aquí o en Londres. Lo único que les mueve es visualizar su idea de que las mujeres son menores de edad. Nada más. Es decirle a todas las mujeres que ellas no pueden tomar una decisión sobre dos células Y decirles que es necesario un grupo de expertos que tome esa decisión por ellas. Dan asco estos hipócritas. Fariseos se llamaban en tiempos de Jesús. Hipócritas, sinvergüenzas y asesinos los llamo yo ahora.

Para los que crean que dos células son una  persona, Gallardón es un asesino conforme a la primera acepción de la RAE, que recuerdo es "matar a alguien con premeditación, alevosía". Al menos es un cómplice necesario.

Para mí, Gallardón es un asesino conforme a la segunda acepción de asesinar,  que es “Causar viva aflicción o grandes disgustos” y conforme a la tercera acepción que recoge la RAE sobre la palabra asesinar, que es “Dicho de una persona en quien se confía: Engañar en un asunto grave”.


Pues eso, que se mire por donde se mire, Gallardón es un asesino.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Piedras en la mochila

Pensaba que no necesitaba alas para volar. Pensaba que sólo con su imaginación, con sus ganas, con su fuerza interior bastaría. Que sin alas podría alzarse, pensaba.

Pero no, hacen falta alas para volar.

Con esta idea me he despertado esta mañana, y podría dejarla ahí, tal cual. Pero quien lo leyera pensaría que estoy especialmente depre, o negativo, o qué se yo. Así que continúo, aunque no sé muy bien cómo, ni por dónde.

La verdad es que no estoy especialmente feliz. El trabajo ha vuelto a las andadas y me ocupa y preocupa más de lo que sería deseable. Pero no va por ahí el tema.

Más bien se trata de un cansancio más profundo, más denso, más asfixiante. Escuchar cualquier informativo, incluso aquellos que se hacen con humor, me cansa, añade una piedra en la mochila y encorva mi espalda. No hay por dónde mirar. Da lo mismo que se hable de educación, o de sanidad, o de pensiones, o de derechos laborales, o de derechos ciudadanos, o de medio ambiente, o de democracia, o de España, o de mujeres, o de menores, o de vivienda, o de trabajo, o de emigrantes, o de inmigrantes, o de presente, o de futuro, o de investigación, o de cultura, o de industria, o de pequeño comercio, o de dependientes. Da lo mismo de qué se hable, que todo está peor que ayer, y mañana….

Todo esto no es más que reconocer el triunfo de “la doctrina del shock”, aquella que dice que hay que empeorar todo a la vez para que los continuados y contundentes golpes que recibimos nos dejen noqueados y sin capacidad de reacción. Y sí, parece que los continuos golpes neoliberales nos están venciendo.

Por eso me he debido de despertar queriendo volar aún sabiendo que no tengo alas. Ganas, muchas ganas de despegarme de todo lo que nos está ensuciando y hundiendo. Ganas de escapar.

Pero no tengo alas.

Y el problema es que la solución no está fácil. Como colectivo, o personalmente, hemos sido educados en la convicción de que hay que luchar pacíficamente, sin usar la violencia. Y pacíficamente lo hacemos y vemos que no sirve absolutamente de nada, excepto para encontrarnos con personas que piensan igual que nosotros y desahogarnos. A continuación nos vuelven a golpear con otra ley, con otro recorte de derechos que nos vuelve más ovejas, juntitas, juntitas, para que no nos coma el lobo.

¿Y un líder? Cuando la muerte de Mandela escribía un tuit que decía algo así como que en África tenían a Mandela, en Asia a Gandhi, en América a Martin Luther King. ¿Y en Europa? ¿Y en España?. ¿Quién es nuestro gran hombre o nuestra gran mujer? Nadie me contestó,  ni me retuiteó, ni siquiera valió para un simple favorito. Pero sigo preguntándomelo.

La pena es que la única respuesta que me doy es que ese gran hombre español es El Quijote. Sí, un personaje imaginado por un literato. Alguien capaz de dejar casa y hacienda, alguien capaz de ponerse la armadura y luchar contra los gigantes disfrazados de molinos de viento, aún sabiendo que su ataque daría con sus huesos en el suelo, que su ataque provocaría la crítica de todos los demás, que le llamarían loco.

Puede que para los más jóvenes, para los que tienen una cultura más visual, el líder sea ese pequeño hobbit que lo abandona todo para tirar el mal, el anillo de poder, al fuego en el que se forjó. Otro personaje imaginario en un mundo imaginario. O no tanto. Con respecto al Quijote tiene una ventaja: detrás de él, apoyándole, hay un grupo de luchadores de todas las razas, y hay un pueblo que lucha y muere por intentar parar el mal, por detener a las hordas de orcos que quieren acabar con todo.

Pero tanto El Quijote como el Hobbit utilizan la violencia para conseguir su propósito, para defenderse del mal. ¿Nos valen como referentes personas que usan la violencia? Prefiero no contestar a la pregunta y dejarla ahí. Prefiero no saber lo que me contestaría porque creo saber la respuesta, y no es políticamente correcta.

Puede que no tenga alas para elevarme y escapar. Puede que haya que conformarse con usar las piernas y andar, dar pasos, pequeños pasos, pero pasos que nos levanten del sofá y nos saquen a la calle a gritar. Puede que no podamos atacar con caballo y lanza a los molinos, pero sí podemos andar todos juntos hacia ellos, rodearles, evitar que les llegue el aire que les mueve y hace de sus aspas un peligro. Puede que no tengamos cota de malla que nos proteja de las espadas de los orcos, pero tenemos camisetas verdes, o blancas, o negras, que protejen nuestro pecho y nos siguen permitiendo pensar como hombres y mujeres libres.


Da lo mismo la cantidad de piedras que pongan en mi mochila. A pesar del peso, hoy me he levantado, y mañana lo volveré a hacer. Y seré la persona más feliz del mundo si veo que caminas a mi lado.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Carta a un maltratador


Hola Juan, te lo he dicho muchas veces, pero como cuando me dices “sí, sí” no sé si es que me mientes o si es que se te olvida en cuanto nos despedimos, te escribo esta carta. Es para que la leas, y la guardes, y la releas y reflexiones sobre ella. Ojalá te sirva, aunque permíteme que tenga muchas dudas al respecto.

Mira, nos conocemos de toda la vida, así que no me vengas con cuentos. Ya te lo decía cuando jugábamos juntos al fútbol y empezamos a salir con chicas. Me acuerdo de aquella que te dejó porque no querías que se pusiera minifaldas, o aquella otra que también lo hizo porque la echaste la bronca de su vida cuando te dije que había estado tomando unas cañas con ella. Sí, machote, sí, que la zarandeaste mientras la gritabas porque se había tomado unas cañas con tu mejor amigo.

¿Que cómo lo sé? Porque me encontré hace poco con ella y me contó toda la historia. Sí, me acuerdo que tú presumías de haberla dejado. Pero no, fue ella la que te mandó a hacer gárgaras después de sentir tu respuesta violenta. A mí no fuiste capaz de decirme nada, ¿eh machote?

Ya entonces te comportabas de una forma…digamos… rara con las mujeres. Te gustaban mucho, te enamorabas enseguida, pero en cuanto empezabas a salir con alguna tu obsesión era cambiarla. Sí, querías que dejara de ser esa mujer de la que te habías enamorado para que fuera un diseño que tú tenías en la cabeza. ¡Cuántas chicas, cuántas mujeres se fueron de tu lado!

Pero por fin la encontraste. Encontraste una mujer que, aún no sé por qué, decidió compartir su vida contigo. Y eso que su vida cada vez fue menos suya, porque para estar contigo tenía que adaptar su forma de vestir a aquello que tú considerabas que no era provocativo, tenía que dejar sus amistades a un lado, tenía que encerrarse en su casa hasta que tu decidieras ir a buscarla para salir.

“En toda relación hay que adaptarse a los gustos del otro”, me decíais. Pero veía que la única que se adaptaba era ella, y que tú, al contrario, ibas cada vez poniendo más y más requisitos, más y más normas que sólo le afectaban a ella.

Creía que te estabas equivocando, creía que os equivocabais ambos, pero era vuestra vida y tenías derecho a vivirla como más os apeteciera.

Pero has cruzado el Rubicón. La verdad es que ya no sé si lo acabas de cruzar o lo cruzaste ya hace mucho tiempo y yo he estado en Babia.

Cuando el lunes la vi con las gafas de sol a pesar de la lluvia que nos estaba cayendo…

¡¿Cómo has podido?!. Quién te crees que eres. Ni a ella ni a nadie, pero menos a ella. Te ha dado los mejores daños de su vida, te ha dado un hijo “clavadito, clavadito a su padre”, te ha dado su vida y tú, maltratador, le haces esto.

Sí, eres un maltratador. Puede que siempre lo hayas sido. Podría dedicarte muchos insultos, todos los que se me vienen a la cabeza, pero creo que no hay un insulto mayor para un hombre que llamarle maltratador. Aprovecharte de tu fuerza física para golpear a una mujer, a tu mujer…

No hay “es que” que valgan. Me da igual lo que ella haya hecho, me da igual el día que tuvieras, me da igual todo. No se debe emplear nunca la violencia, pero lo más repulsivo es que la emplees contra quien ha decidido compartir su vida contigo y debería sentirse la persona más segura del mundo dentro de su casa. Pero has convertido su casa, tu casa, en una mierda. No, machote, no. No eres un machote, eres un maltratador.

Sigo siendo tu amigo. La verdad es que me cuesta decirte que soy tu amigo, pero lo soy. Y precisamente por eso, en cuanto deje esta carta en tu buzón, voy a ir a la comisaría a denunciarte. No sé si la denuncia prosperará, no sé si ella me apoyará o preferirá decir que no pasa nada. Pero es mi obligación, precisamente por ser tu amigo, denunciarte.

No puedes volver a hacerlo, no puedes volver a imponer por la violencia nada. No puedes seguir destrozando su vida, o la de cualquier otra que la comparta contigo en un futuro.

Reflexiona sobre lo que has hecho, sobre lo que estás haciendo. Estás destrozando su vida, y la de tu hijo, y también la tuya. Creo que es lo mejor que puedo hacer y, porque quiero poder seguir llamándote amigo, te he denunciado.



Con esta carta he obtenido el tercer premio del concurso "Carta a un maltratador" del Distrito de Barajas

viernes, 22 de noviembre de 2013

Viernes de semilla



Se había reencarnado en una semilla. No sabía muy bien como sentirse, si bien o mal, porque era algo que no esperaba. Aunque era ateo, o agnóstico, que tampoco lo tenía muy claro, había dado últimamente muchas vueltas a eso de la muerte. A la muerte y a lo que vendría después. Él creía que no había nada, que con su cuerpo moriría todo él, incluyendo su alma, o su espíritu, o como quiera que se llamase eso que tenía y que parecía distinto a una cuestión puramente física.

Había sido educado en una religión que le decía que, al morir, sería juzgado por sus obras y que, o bien se iba al cielo,  o se iba al infierno. Bueno, realmente había sido educado cuando existía también el limbo, que era una especie de tierra de nadie donde iba el común de los mortales.

El cielo, con un enorme suelo formado por nubes de algodón, tenía una banda sonora de arpas que querubines y serafines se encargaban de hacer sonar. Lo llamaban música celestial. Allí iban los hombres santos. Se supone que también las mujeres santas, pero la religión esa pasaba como de puntillas sobre el tema.

El infierno estaba situado en las profundidades, seguramente cerca el núcleo de la Tierra. Tenía que ser así para poder mantener un fuego eterno donde se quemaban los malos. Si ibas allí, te pasabas toda la vida –o como se llamara eso que pasas allí- ardiendo, y con restañar de dientes. No entendía muy bien la razón por la que el restañar de dientes era algo malo. Sí sabía que era contradictorio, porque él solo los había restañado cuando hacía mucho frío, y eso es incompatible con estar ardiendo sin cesar. Como no explicaban bien el tipo de música que había en el infierno, se imaginaba que lo del restañar de dientes era la banda sonora. Millones de malos restañando los dientes tenía que ser bastante grimoso, aunque lo del fuego eterno era mucho más definitivo para hacerte pensar que el infierno no molaba.

De joven muchas veces se había reído diciendo eso de que preferiría ir al infierno, por aquello de que los malos eran mucho más divertidos que los buenos. La verdad es que nunca se había tomado en serio nada del más allá. El limbo ayudaba mucho, porque no siendo un santo, tampoco se consideraba mala persona, por lo que si finalmente aquellas enseñanzas tenían razón, pues al limbo. Pero eso de que hubieran decidido recortar también en el limbo…

Pero no. Hete aquí que este hombre, ni bueno ni malo, se había reencarnado, y en una semilla. Había oído hablar de la reencarnación, pero tampoco tenía muy claro el proceso. Algo había oído de que dependiendo la vida que hubieras llevado te reencarnabas en algo o alguien que compensara lo que no habías hecho o lo que habías hecho mal. Así, de primeras, una vez que tuvo conciencia de que era una semilla, se encontraba bien. Las dudas que los últimos meses sobre si se apagaría del todo, o si iría al cielo, o si iría al infierno, se habían despejado, y una sensación de alivio le recorrió todo el ¿cuerpo?.

No le cuadraba del todo. Reencarnación tiene su parte de “encarnación”, por lo que pensaba que, en caso de que fuera verdad lo de esta religión, se reencarnaría en algo con carne. Una semilla no se podía decir que fuera de carne. Pensaba que lo de la reencarnación iba de volver a nacer siendo caballo, o rana, o si habías sido muy malo, cucaracha. Incluso podías reencarnarte en otro hombre, o mujer….

Pero no, le había tocado ser semilla. Desconocía el motivo. No sabía qué podía haber hecho, o haber dejado de hacer, para que esta nueva vida fuera de semilla. Quiso hacer un rápido repaso mental a todo lo que había sido su vida anterior, pero su condición de semilla tampoco le permitía llevar a cabo muchas elucubraciones, así que lo dejó. “Qué más da”, pensó, “me ha tocado ser semilla y lo importante ahora es adaptarme lo antes posible a mi nueva condición”.

Enseguida se dio cuenta de que no sabía casi nada de su nueva condición. En clase de naturales había prestado poca atención, y apenas sabía generalidades sobre las plantas. Sabía lo típico,  que estaban formadas por raíces, tallo, ramas y hojas. Verde, sí, sería verde, que es el color que le da la clorofila a las hojas para poder hacer noséqué con el aire y respirar. Bien, estaba bien, mejor ser verde hoja que verde rana.

De su desconocimiento tampoco se echaba toda la culpa. Sí que había visto bastantes documentales en la tele, pero intentaba recordar alguno sobre plantas y era incapaz. Si se hubiera reencarnado en león o en ñú andaría sobrado, pero de planta….

Pétalos, sí, también tendría pétalos es sus flores. Guay, tendría flores. Sí, y las flores tenían otras cosas… estambres, priscilas -¿o eran pistilos?-. Y se reproduciría a mogollón con la ayuda de las abejas. Vaya, esto ya no le hizo tanta gracia. Se había pasado la vida huyendo de las abejas para que no le picaran, y ahora tendría que hacer unas flores llamativas para atraer su atención. Algo había oído de que cada vez había menos abejas, así que la competencia con otras plantas por atraerlas sería feroz.

Mal, mal. Igual esto de ser planta no molaba tanto. Pensaba que, al igual que cuando era quinceañero, tendría que competir con otros para atraer a la que le iba a facilitar lo de reproducirse. Bueno, entonces lo de reproducirse le importaba un pito, que él lo que quería era… lo que quería. ¿Y ahora? ¿Tendrían las plantas peleas en las raíces, estrujándose, retorciéndose, quitándose los mejores alimentos?. ¿Ganaría la pelea por ser alto y conquistar el sol tan necesario para sus hojas verdes o sería ensombrecido por algún matón gigante de tres al cuarto?

Estaba en estas cosas cuando cayó en que sí, que sabía que era una semilla, pero no sabía de qué. Un olmo, ojalá fuera de un olmo. Bueno, tampoco tenía un interés especial en ser un olmo, pero fue lo primero que se le vino a la cabeza cuando pensó en su futuro. Más tranquilo, creyó que le daría igual ser un abeto, o un álamo, o un sauce –aunque lo de llorón le quitaba encanto-. Daba igual mientras fuera un árbol portentoso. Y de campo, eso sí, que le apetecía mucho respirar aire limpio después de pasarse la vida anterior fumando sin parar. Y viviendo en una ciudad como Madrid, completamente contaminada. Sí, quería ser árbol de campo. Nada de árbol urbano, de parque, o de alcorque en acera. No, los había visto y no quería ser como ellos. Árboles que no cuidaban, que se dejaban morir. No, árbol campero, de monte, es lo que quería ser. Tener nidos en sus ramas y dar cobijo a los pájaros los días de lluvia, que se le subieran las ardillas buscando sus frutos, y las hormigas, y miles de invertebrados. Y abajo, otros animales rebuscando comida entre el manto marrón de las hojas que habría renovado en otoño y que, a cambio, le abonarían….vaya, eso no lo había pensado….alimentarse de la mierda de los animales….

Claro, que la duda le asaltó cuando pensó que podía no ser un árbol. Podría ser una lechuga, o una coliflor, o un rábano… Hasta podría ser una brizna de hierba, brizna que sería cortada como mala hierba, o que sería cuidada y peinada si caía en un campo de golf.

Estaba en estos pensamientos cuando una fuerte racha de viento le arrancó de su lugar y le trasladó por el aire. Pensaba que ya había llegado la hora de saber quién iba a ser. Sentía el calor del sol sobre su piel y pensaba que fuera haría un día estupendo, de los que apetece ir por el campo. Esperaba que el viento acertara y le dejara caer sobre una tierra rica en nutrientes, algo húmeda, para poder semienterrarse y empezar a crecer y crecer. El viento, con sus remolinos, le hacía dar vueltas y sentirse un poco mareado. Pensaba que era normal, que el traslado al lugar de su nuevo nacimiento tenía que tener algo de aventura.

De repente el viento cesó y le dejó, con un pequeño golpe, sobre la tierra. Ahora es la hora, pensó.

Una gran máquina apisonadora pasó sobre él y lo aplastó contra la tierra. Los humanos, los que estaban vivos, iban a construir una carretera.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Hoy para mí es un día especial....

Hoy podía ser un día cualquiera. Pero no, es viernes, y sólo por eso ya tiene algo de especial. Aunque tengo que trabajar como casi todos los días, hoy salgo una hora antes, y luego vendrán dos días para....da igual para qué sean, mientras sean para no trabajar.

Desde los ventanales de este edificio "inteligente" se ve que hace un día precioso. El sol se impone sobre algunas nubes de algodón que intentan quitarle el protagonismo. Fuera, en la calle, la sensación no es la misma. Aunque el sol quiere calentar, las rachas de viento frío nos recuerdan que ya estamos en el otoño, en un otoño avanzado que parece tener prisa por dar paso al invierno. Pero el aire primero tiene que hacer su trabajo, y mueve las ramas hasta que consigue, poco a poco, que las hojas se desprendan y cubran con su manto marrón las aceras.

Todo este soliloquio es una manera de dar vueltas y no enfrentarme a lo que realmente tengo que decir. Está bien, lo diré. Sí, hoy es un día especial, pero no tanto por ser viernes como por ser mi cumple. Tampoco tiene nada de extraordinario este hecho, que ya he pasado por otros 49, pero este año, con el que acabo una decena, o la empiezo, parece que tiene un significado especial.

Puede que tuviera que hacer algo significativo, algún gran propósito del tipo "este año dejo de fumar", o "me pongo de una vez con el inglés", o "me tiño el pelo de verde".

Lo del pelo seguramente fuera demasiado "significativo", y ayudaría a confirmar el proceso de paulatina locura en el que me voy metiendo. Es lo bueno de cumplir años, muchos años, que puedes empezar a hacer estupideces y  con la excusa de "a mi edad ya puedo hacer lo que quiera", convertirte en un excéntrico. Camino voy, aunque es posible que tenga que esperar al siguiente decenio para poder sacar a pasear la excentricidad en toda su plenitud. Puede que para entonces ya me decida a teñirme el pelo de verde pero, ¿tendré pelo para entonces?. Igual dejo lo de ser excéntrico y paso a bohemio, que también farda.

Lo de bohemio es más guay. Puedes ir con cara de despistado, como pensando en tus cosas. Los demás, al verte, pensarán que mis cosas tienen que ser importantes para pensarlas tanto, y ganas un punto más en la calificación general. Decía noséquién que no somos más que la suma de las miradas de los que nos rodean. Pues eso, que el que me vean bohemio puede estar bien.

Pero lo de excéntrico tiene su punto, que te permite ir hablando en alto por la calle, o vestir de rayas y cuadros, o de azul y verde, sin que te llamen hortera, que no, que es que Alberto es un excéntrico. Mola.

Lo que sí que tengo claro es que no quiero que me digan "señor". Me da mucha grima. Cuando oigo que me llaman señor es como si rascaran con sus uñas una pizarra. Repelús-repelús. Al próximo que me llame señor le miraré como traspasándole, como si no le viera, y con mi cara de bohemio pensando en mis cosas, le ignoraré. Se merecería algo más, pero con eso de que no soy partidario de usar la violencia, me pierdo algunos desquites que...

-       ¿Y todo esto a qué viene?.
-       Y yo qué sé. Pues a menudo le has ido a preguntar.

Bueno, algo sí sé, que para eso hoy soy el prota de mi historia. Sé que no quiero hacer una revisión del pasado. El pasado, pasado está. Prefiero tomarme lo de los 50 como el inicio de una década que como el cierre de 5. Pues eso, que a mirar p'adelante.

Que decía también noséquién, aunque otro noséquién distinto del anterior, que uno sólo envejece cuando se le acaban los proyectos. Y tengo proyectos para aburrir y, por eso, porque son para aburrir, no los voy a contar. Y no, no son tan pequeños y llamativos como lo del pelo verde. Son muchos, variados, distintos, algunos complementarios. Son proyectos que saldrán adelante o no, pero en los que me esforzaré. O al menos lo intentaré, que la vida luego da muchas vueltas y nunca se sabe por dónde va a soplar el viento. Sí, ese viento que cubre las aceras de marrón hoja, también sopla para empujarnos en la dirección que le place.

Así, en plan abuelo cebolleta, diré que una cosa que he aprendido es que puedes decidir cómo ser, aunque es más difícil decidir cómo estar, que lo del yo y la circunstancia se dijo por algo. Que menuda es la circunstancia cuando se empeña en algo. Borrica como ella sola.

Vuelvo al tiempo, y a la rutina de las horas que me quedan en la oficina. Sobre la mesa, una caja de bombones informa a todo el que pasa que hoy es mi cumple.

-          ¿Y esto?
-          Es que es muy cumple
-          Ah, no lo sabía, muchas felicidades
-          Muchas gracias
-          ¿Y cuántos caen?
-          Cincuenta
-          Uy, no pensé que tuvieras tantos
-          Es que me meto en la nevera todas las noches jeje

Y así, o de formas parecidas, van pasando los compañeros, y también los coincidentes, incluso los jefes, que hoy no tienen problema en dedicarme una sonrisa.

En un rato, en un par de párrafos, saldré a comer. Solo, como siempre. O casi siempre. Me gusta, es una elección. Es la única hora del día que tengo para mí, para mis cosas, como diría mi yo bohemio, o para hacer lo que me da la gana, como diría mi yo excéntrico. Tuve un tiempo en que salía a comer con mi jefe, y terminé hasta el gorro de pasarme la hora de la comida hablando también de trabajo. Que no. Que esta hora es para mí.

Saldré e iré paseando hasta el Rodilla, que es mi sitio habitual. Veré el sol, y me acordaré del padre y de la madre del viento cuando intente liarme el cigarro. Pero podré, lo liaré, y me lo fumaré mientras camino por las anchas aceras de este barrio pijo donde trabajo. Es lo que tienen los barrios pijos, que tienen las aceras anchas, aunque sus habitantes prefieran moverse en coche, del garaje de su casa al garaje de su trabajo.

No estaría mal que en el trayecto me encontrara con el unicornio azul que ayer se me perdió, pero me da que va a ser que no, así que tendré que conformarme con disfrutar del paseíto de bajada, que encima es cuesta abajo y da gusto salir. El problema es a la vuelta, que es cuesta arriba y en dirección al trabajo, al edificio inteligente donde pasaré las últimas horas antes de....

En Rodilla, además, aprovecharé como casi siempre para leer. Ahora, desde ayer, estoy con "Retrato de familia con muerta", de Raúl Argemí. Llevo poco, porque además de en el Rodilla, apenas puedo leer en el autobús de ida y vuelta, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Por ahora me está gustando mucho. En la portada dice que es novela negra, pero en la contraportada dice que es novela social. Ya veremos, pero este Raúl escribe muy bien. Seguro que además, del Rodilla, me llevo alguna sonrisa de cuando me digan eso de "buenos días, ¿qué quiere tomar?".

Salir a pasear al sol, fumando un cigarrito, ir a comer y que te reciban con una sonrisa, enfrascarme en el libro....todo eso hará que este viernes especial, que debería estar en cualquier sitio menos trabajando, me olvide de las horas que llevo en el edificio inteligente, y de las que me quedan para salir de verdad.

Entonces sí, a las 5 de la tarde, comenzará de verdad mi cumpleaños.



PD. Este relato es completamente ficticio, y no se corresponde para nada con la realidad. Que mis jefes hubo otro día que también me sonrieron; no vayáis a pensar que son unos bordes.

Dedicado a todos los que por alguna razón habéis pasado hoy por mi blog. Gracias. Ah, y os pido un regalito: como nos decían mis padres a mis hermanos y a mí en sus cumpleaños, el mejor regalo es que os llevéis bien. Pues eso, a llevarse bien.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Gracias Gloria


Querida Gloria:

Hace poco me decía una amiga peruana, “conocí a Gloria en Perú, como una gran artista, igual que su hermana, igual que su madre. Bueno, no la conocí, sabía de ella como actriz, a la que admiraba y a quien seguía. Cuando llegué a España, un día me la encontré en mi barrio, en mi calle. La emoción me embargó y la saludé. Como tengo la suerte de vivir en su barrio, esos encuentros se han repetido muchas veces. Desde ese día, confirmado por el resto de los días, no sólo la admiro como actriz, la admiro como persona”

Yo no tuve la suerte de conocerte en tu época peruana, hispanoamericana, en tu época de gran estrella de los escenarios y de las televisiones. Yo te he conocido hace pocos años, en Madrid, en Barajas, nuestro distrito. Apenas conozco tu pasado. Sé más de él por lo que otros dicen que por lo que tú nos cuentas.

Eres así. Prefieres decir “soy” a decir “fui”. Y ese “eres” es lo que me atrae de ti, lo que me hace estar feliz a tu lado.

Soy un pequeño actor de tu compañía de teatro. Para mí es un auténtico lujo saber que soy dirigido, formado, por alguien que sabe tanto, por quien tiene tan enorme experiencia. Podrías hacer en el mundo de la escena lo que quisieras. Tu pasado y tu presente te lo permiten. Y has elegido quedarte con un pequeño grupo amateur de barrio, un grupo que no conoce ni los principios más básicos de lo que es la interpretación, la puesta en escena… Un grupo de teatro al que nos hablaste muy claro al principio, y nos dijiste algo muy similar a lo que dijo Bertolt Brecht y que hoy he colgado en mi muro. “el arte no es un espejo que refleja la realidad, es un martillo que la transforma”.

Y es eso, al igual que a nuestra común amiga peruana, lo que mas me atrae de ti. Eres grande como artista, pero eres aún más grande como persona. No sé mucho de tus grandes éxitos artísticos, pero sí sé mucho de tus grandes éxitos personales. Sé de tu entrega total a tu familia, de tu entrega total a tus amigos, a tus vecinos, a todo el que sufre. Siempre estás, y eso es lo más importante y lo que más admiro de ti.

Es difícil estar, pero es mucho más fácil cuando no hay más caminos. En tu caso, pudiendo elegir caminos de reconocimiento, de estrellato, has elegido el camino del corazón. De un corazón tan grande que lo compartes con todos los que te rodeamos, sin pedir nada a cambio. Nos aguantas nuestros malos momentos, nos aguantas nuestras estupideces. Y no sólo las aguantas, sino que las calmas. Con tu enorme corazón nos das consuelo y paz a todos los que te rodeamos.

A lo largo de nuestra vida he conocido a muchas personas. De unas pocas podré decir que me han marcado para bien. Tú, Gloria, con tu ejemplo vital,  has conseguido transformar mi corazón, y estoy seguro de que lo seguirás transformando en los próximos años.

Muchas gracias, Gloria, por estar ahí, por estar aquí.

A Gloria Ureta Travesí, en el día de su cumpleaños.