DEFENDIENDO LA EDUCACIÓN Y LA SANIDAD PÚBLICA. DEFENDIENDO EL ESTADO DEL BIENESTAR.

POR AQUÍ, ÚLTIMAMENTE, ANDO POCO. ES MÁS FÁCIL ENCONTRARME EN FACEBOOK O EN TWITTER

domingo, 26 de abril de 2015

He estado matando periquitos

Sí, dicho así, es un poco bestia. Te preguntarás si la afirmación es literal o si es simplemente un recurso que utilizo para llamar la atención. Te sorprenderá, espero, cuando te diga que ambas cosas son ciertas. Sí, he estado matando periquitos. Pero no, por favor, no dejes de leerme pensando que soy una especie de salvaje sin alma.

Los periquitos que he matado no son esos pajaritos de colores que alguna vez he tenido enjaulados en mi casa. Ruidosos, hablan pero sin cantar como los canarios o los jilgueros. Hay quien dice que hasta se les puede enseñar a hablar como a los loros. Yo lo intenté alguna vez, con alguna palabrota, y no lo conseguí. No sé si el fracaso se debió a que no empleaba el método adecuado o a que los periquitos que tenía eran partidarios de un lenguaje correcto y se negaban a emitir exabruptos.

No, los periquitos que he matado esta mañana no eran así. Eran verdes, sí, como algunos de los otros, pero éstos vivían en libertad. Aún más cruel. Eran periquitos-planta. Sí, yo no los conocía hasta este año. Son plantas que se convierten en matorrales, en arbustos, que se llenan de flores de diversos colores y que se reproducen, me imagino que con ayuda de las abejas u otros animales similares, con unas semillas pequeñitas, negras, que se asemejan a granos de pimienta.

He tenido que matarlos porque estaban creciendo junto a las cebollas y yo, todopoderoso, he decidido que las cebollas debían vivir y los periquitos debían morir. Sé que no es éste el lenguaje que se emplea con las plantas. No, a las plantas no se las mata; se cortan, se extraen, se eliminan, pero no se matan. Es curioso esto del lenguaje, del poder de una palabra aplicada en un contexto que no es el habitual.

Yo, con el poder que yo mismo me he concedido, he decidido que en la tierra crezcan cebollas, y tomates, y pimientos, y ajos, y lechugas, y fresas, y albahaca, y hierbabuena, y menta. He decidido que crezcan plantas que me van a ser útiles, y no sólo para comer. También he decidido que crezcan plantas que me alegrarán la vista y el olfato, como los rosales, que ya han echado -echar no parece la palabra más correcta, pero es la empleada en estos casos- que ya han echado, decía, sus primeras rosas, y están llenos de capullos –otra palabrita que…- que estallarán –capullos que estallan- en mayo. Y los lilos con sus lilas.

Y yo, con ese mismo poder, he decidido matar las malas hierbas, entre las que se encuentran los periquitos. Son malas porque así lo he decidido yo. Los periquitos han pasado de ser un “¡anda, qué flores más bonitas!”, a ser un “¡mátalos, que no dejan que crezcan las cebollas!”.

Uno a uno, con el dedo índice y el pulgar, los he ido quitando, sacando de su tierra, tirándolos, metiéndolos en bolsas de plástico que terminarán en el cubo de la basura y, quién sabe, en un vertedero o en un planta -¿planta?- de reciclaje. Antes de plantar las cebollas los maté a lo bestia, con azada, cortándoles, procurando no dejar de ellos ni las raíces. Pero los periquitos son persistentes, y de alguna raíz que quedó en la tierra están saliendo, poco a poco, asomando sus cabecitas verdes, como tréboles de dos hojas, grandes. A estos que ahora salen los mato de uno en uno. Los cojo, metiendo un poco las yemas en la tierra, intentando coger su tallo-raíz, y arrancándolos. Es importante que no quede nada de ellos para que no vuelvan a salir. Pero algunos se resisten y apenas puedo más que cortarles las cabezas verdes. Me retan, me dicen que no podré con ellos, que el próximo finde habrán vuelto a salir, fuertes, enfrentándose a las adversidades.

Y, a todo esto, no sé qué pensaran las cebollas. No sé si me agradecen todo este esfuerzo que hago por ellas. Igual, si les preguntara y, sobre todo, si me contestaran, me dirían que no les importa compartir su espacio con los periquitos. Igual podría haber dejado que crecieran juntos, que compartieran la tierra. Pero entonces tendría que enfrentarme a otro dilema filosófico: me estaría preguntando si está bien que fomente la lucha por los recursos, las peleas de las raíces por chupar el alimento, o de las hojas por llegar antes y mejor a los rayos de sol. No sé quién inventó los dilemas, pero le diría un par de cositas.   

Bueno, lo dejo aquí. No he querido hacer un alegato contra la agricultura. Sería ilógico pensar que podemos vivir siendo simplemente recolectores. Tampoco busquéis en este texto ningún paralelismo con la sociedad. Por suerte, los humanos convivimos entre todos, y compartimos los recursos sin enfrentarnos por ellos. O, al menos, así debería ser. Con el texto simplemente he querido contar que esta mañana he estado matando periquitos y que, cuando cuelgue una foto en facebook presumiendo de mi cosecha de cebollas, recordéis que me han costado más de un quebradero de cabeza, y alguna lágrima.

jueves, 23 de abril de 2015

Realidad paralela en Barajas

REALIDAD PARALELA

Energía Cinética es aquella energía que posee un cuerpo, o una sociedad, debido a su movimiento.

Hace unos años, cuando mi hija Ana empezaba en eso que llamamos adolescencia, le recriminé que fuera a pasar la tarde al centro comercial. “¿Qué hago papá?”, “¿Qué puedo hacer en Barajas?”. A sus peguntas mi respuesta fue el silencio. Un silencio muy incómodo que, desde entonces, no ha dejado de martillearme más que cualquier grito.

Me hubiera gustado vivir otra realidad. Me hubiera gustado que la mecánica cuántica tuviera razón y que en otro universo pudiera cambiar mi silencio por una respuesta.

En ese universo le habría dicho que podía acercarse a los Tanques del Aeropuerto que, en lugar de desmantelarse, se habían convertido en un centro de arte y de investigación aeronáutica, al igual que habían hecho con el Espacio Cultural El Tanque de Tenerife. En Barajas hay cinco tanques, cinco espacios donde arte y ciencia se dan la mano.

A la salida, podría escuchar música, o danza, o asistir a una representación teatral  al aire libre en el Auditorio que se había hecho en la explanada del mercadillo, en la calle Ayerbe.

No era el único sitio donde se podía escuchar música, porque en el distrito, en varias plazas significativas, se habían instalado templetes donde muchos músicos amenizaban las tardes. En la Plaza de Loreto, en la de Cristina Arce y Rocío Oña, en la plaza nueva del por fin remodelado Barrio del Aeropuerto, en la Bahía de Cádiz…

Desde allí podía ir a la Alameda de Osuna, en bici o andando, usando la Vía Verde que se había prolongado y se unía con el Casco Histórico.

A lo largo de la Vía Verde se podían ver las dos grandes tapias del Colegio Ciudad de Guadalajara y del Instituto Barajas, donde los grafiteros, algunos de ellos del distrito y de prestigio mundial, habrían plasmado su arte para su contemplación libre. Museo Vivo de Arte Urbano le habían llamado a esta zona.

Siguiendo esa misma vía, podía llegar hasta el Castillo de la Alameda, donde un grupo de actores hacían de anfitriones y representaban, en varios idiomas, un episodio de la vida de los Zapata.

Conectado peatonalmente, podía ir al Centro Cultural “Las Caballerizas”, que disponía de una gran sala para representaciones y proyecciones de todo tipo, y de una gran sala de exposiciones, y también de tiendas dedicadas a la venta de instrumentos musicales y de discos y CD, de libros, de lienzos y pinturas, de fotografía y vídeo, de moda española… y también de un bar y de un restaurante donde podías degustar productos madrileños.

Como la puerta de atrás del Parque de El Capricho se había abierto, se podía acceder a él fácilmente, y allí podría visitar el Palacio, donde un grupo de actores lo explicaban teatralmente al visitante.

Lo mismo ocurría con el Búnker, donde estuvo el General Miaja con el centro de mando del Ejército Republicano, y que, por fin, se había abierto.

Fuera, en el Jardín, se podía escuchar la música de los alumnos de la Escuela de Música, que tocaban en sus templetes.

Por el parque, que era una de las zonas elegidas por los novios para hacerse reportajes fotográficos, podías ver cómo los carruajes, de distintos tipos y distintas épocas, llevaban a los visitantes desde la entrada principal hasta el Palacio, siguiendo el camino que tantas veces habían usado los Duques de Osuna.

El Jardín podía seguir siendo visitado libre y gratuitamente los fines de semana y festivos. En días de diario, para no dañar las zonas verdes,  se podía acudir en grupo, con visitas guiadas por especialistas en arte y en botánica que, en varios idiomas, lo explicaban todo.

Saliendo de El Jardín de El Capricho se podía acercar, también peatonalmente, al Parque de Juan Carlos I, donde los carruajes hacían amplios recorridos mientras mostraban al visitante las enormes riquezas que contiene. Los guías del parque hacían también recorridos peatonales por el Museo al Aire Libre de Esculturas de Gran Formato, o por las riquezas botánicas del parque.

En el parque se habían creado muchas actividades. Para evitar quitar zonas verdes, se habían enterrado los  aparcamientos, y en su superficie, se habían creado diversas instalaciones, como las cuadras para los caballos que los visitantes podían alquilar para montar por el parque, solos o con jinetes expertos que te iniciaban acompañaban en los paseos.

Estos paseos se habían ampliado enormemente al conectar el Parque Juan Carlos I con el vecino Parque de Felipe VI, de Valdevebas, con una gran pasarela peatonal y ciclista sobre la M-11.

En otra de las zonas de aparcamiento, se había creado un rocódromo y un parque multiaventura donde poder disfrutar de puentes tibetanos, himalayos, colgantes, de trapecios longitudinales, puente mono, con lianas, de tablas movedizas, de lazos paralelos, con red vertical….

Siguiendo con los deportes, se había potenciado el alquiler de piraguas en la ría del parque y se había reparado el barco que las recorría.

Allí, junto al embarcadero, se había recuperado la gran sala de exposiciones, bajo la Estufa Fría, donde se ofrecía al visitante un recorrido fotográfico y virtual del Parque.

Podía ir a ver la Pirámide Solar, que se había completado con la instalación de varias minieólicas en su contorno, y donde los visitantes podían informarse de las energías renovables e, incluso, contratar la instalación de cualquiera de ellas en sus viviendas.

En otra de las zonas de aparcamiento, la más cercana al Recinto Ferial de IFEMA, se había instalado la Escuela de Hostelería, dirigida por un “cocinero Michelín” y que ofrecía en su restaurante una cocina de alta calidad. Al estar cerca de IFEMA, muchos de los expositores, nacionales e internacionales, se acercaban allí a degustar los platos creados por los alumnos de la Escuela.

En IFEMA, en la nave más cercana a la puerta, se había instalado, de forma permanente, una exposición-venta de productos españoles, basada en las denominaciones de origen de todas la Comunidades Autónomas. Era un espacio para comprar, pero también para contemplar la gran riqueza agrícola y ganadera de España.

Claro, que no era la única feria. En la gran calzada que rodea la ría del parque se habían instalado cien puestos de feria permanente, y en ellos, cada semana, una provincia exponía lo mejor de sí misma. La  única condición era que cada puesto contratara a un trabajador para ayudarles en las tareas de venta y promoción.

Y cómo no, el Auditorio, después de muchos años cerrado, había abierto de nuevo sus puertas, y ofrecía conciertos y espectáculos de todo tipo.  Y en los bajos se habían instalado tiendas de artesanía y de ropa, y bares.

Saliendo del parque por la puerta de Corralejos, iría a la nueva estación de Metro que se habría abierto en ese barrio y que serviría para conectar la línea 5 con la 8, y permitir la llegada de visitantes en transporte público.

Al lado está la Biblioteca Gloria Fuertes, que con las nuevas situadas en el Ensanche de Barajas y en el Barrio del Aeropuerto, formarían una red en la que escritores, narradores y cuenta-cuentos nos harían disfrutar de los textos que contienen.

Para terminar, le diría a mi hija que se acercara a la Universidad Libre de Barajas. Una Universidad que tendría sus sedes en los colegios e institutos públicos del distrito, que habrían cedido sus aulas por las tardes y los fines de semana para que todos aquellos que tuvieran algo que contar pudieran hacerlo, y donde todos aquellos que quisieran aprender también encontraran su lugar. Desde punto de cruz a la mecánica cuántica, desde la obra de Cervantes a conversaciones en inglés, desde cocina americana a clases de guitarra, todo se podría encontrar en esta Universidad Libre. Los profesores serían en su mayoría jóvenes recién licenciados, pero también muchos jubilados que querían legar sus conocimientos sobre alguna materia, y parados que no querían dejar de enseñar y aprender.

Formarían parte de ella, claro, el nuevo colegio público del Ensanche y el nuevo instituto. A todos, a los ya existentes y a los nuevos, se podría llegar cómodamente, andando o en bici, gracias a los “caminos seguros al cole”.

Toda esta historia tiene un problema. En este mundo paralelo mi hija no me diría “¿papá, qué puedo hacer en Barajas?”, porque estaría informada por los plenos, o los consejos territoriales, o las asambleas de barrio, que se harían a horas en las que todos podríamos ir. Y si le quedara alguna duda, acudiría al Centro Joven del distrito, donde le informarían de todas las posibilidades y de lo más adecuado para su edad.

En este Barajas paralelo, dominado por la educación, la cultura, la ciencia, el deporte y la participación ciudadana, los 2.600 parados de Barajas habrían encontrado trabajo. No sólo se habría creado un gran número de puestos de trabajo directo, sino que los numerosos hoteles estarían al máximo de su capacidad, y habría sido necesario construir otros nuevos, y el pequeño comercio y la hostelería se beneficiarían del trasiego peatonal de los residentes y de los turistas que, venidos de otros puntos de la ciudad de Madrid, de su Comunidad, y de otras partes de España, convertirían a Barajas en un auténtico Bien de Interés Cultural.

En esta realidad paralela en Madrid y, por lo tanto, en Barajas, no llevaría decenios gobernando la derecha. Estaría gobernando un partido que se habría presentado con el lema “EC”.

Sí, es raro que un partido se presente con EC, la abreviatura de Energía Cinética, que es aquella energía que posee un cuerpo, o una sociedad, debido a su movimiento. Pero EC, esa energía que se posee gracias al movimiento,  es lo que mejor representa toda la transformación que habría experimentado nuestro distrito. Además, EC, se podía usar para Educación y Cultura, o Educación y Ciencia, o Educación y Ciudadanía. Siempre Educación, siempre Barajas.

*****************************************************************
Nota final: la mayor parte de lo aquí recogido ha sido presentado, por mí o por otros compañeros del Grupo Municipal Socialista de Barajas, en los plenos de la Junta Municipal, y ha sido rechazado por el rodillo del PP. Otras son aportaciones nuevas que sirven para completar el Barajas en el que me hubiera gustado que mis hijas crecieran y donde todos pudiéramos vivir.



domingo, 12 de abril de 2015

Os he acompañado. Sobre Julio Llamazares y sus “Distintas formas de mirar el agua"

Nota antes de empezar: Con este texto no hago ningún spolier, como se dice ahora, o no me cargo el final del libro, como se decía antes, ya que no desvelo nada que no se sepa en las primeras páginas del libro. Los que lo hayáis leído lo entenderéis. Los que no, sólo informaros que éstas son notas en las que pensaba conforme lo leía, que son mías, y que vosotros sacaréis vuestras propias conclusiones cuando lo leáis, si lo hacéis.

*******

Os he acompañado, he estado con vosotros siguiendo el último viaje del abuelo Domingo, lo suficientemente lejos como para que mi presencia no os incomodara, pero todo lo cerca que podía para escuchar vuestros pensamientos. Sí, sé que no pintaba mucho allí, pero Julio ha querido mostrarnos el camino, y yo lo he seguido.

He seguido la senda que me conducía de la Castilla llana, ardiente, a la otra Castilla, a la leonesa, donde las montañas se yerguen majestuosas y se imponen sobre el paisaje. En el camino, con el aire cubierto por el aroma del trigo en abril, apenas más que yerba, apenas más que campo verde, plano, inmenso, he podido pensar en la muerte de mi padre. Y más que en su muerte, en su entierro. Sí, él era de esa Castilla que se extiende hasta el infinito, de esa Castilla que le acogió en su nacimiento y en su niñez pero que le expulsó en su juventud. Es la misma Castilla la que acoge a Domingo exiliado y la que exilia a mi padre. Le gustaba. Siempre decía que aquellos paisajes donde podía relajar la vista y llevarla hasta el horizonte eran sus paisajes preferidos. Las montañas le oprimían y parecía como si entre ellas le faltara el aire. Vivió casi toda su vida en Madrid y un cementerio de Madrid le acogió. Tal vez no pudo, o no quiso pedirle a ninguno de sus hijos que le llevaran a su tierra. No sé si no pudo o si no quiso. No sé. Y esa duda me ronda en la cabeza desde que he escuchado la historia de Domingo por vuestras bocas. Puede que Domingo y mi padre tuvieran dos formas distintas de ver esa Castilla que les dio la vida, pero ambos amaron enormemente su tierra, su pueblo, sus recuerdos de años jóvenes, sus ilusiones rotas. Sí, la amaban y les dolía en lo más profundo ese amor.

Con vosotros he pasado de esa Castilla extensa al León que rompe el horizonte con sus crestas montañosas.

Mientras os acompañaba he pensado mucho en esa decisión que hay que tomar cuando la duda se plantea entre el derecho de unos pocos y el bien común. Sí, es difícil de resolver. Cuando de tu mano pende la posibilidad de quitar a unas personas su tierra, su hogar, sus vecinos y sus compañeros, sus esperanzas, quitárselo casi todo porque el bien común prima sobre todo lo dicho. Qué difícil. Sí, y se trata de un bien común importante, que permite mejorar los regadíos, garantizar agua potable a la población, obtener energía verde, no contaminante,  que se puede obtener siempre que se quiera. Ese bien común tan esencial hace que la decisión sea más dura de tomar. Saber que hay personas que se van a ver muy afectadas por tu decisión es dramático. Siempre he pensado que el bien común debía primar, pero vuestra historia, la vida de Domingo, me ha hecho entrar de lleno en la duda. Tal vez no tanto por mantener ese principio de supremacía del bien común, sino por quién o quiénes deciden cuál es el bien común. Viendo lo que veo últimamente pienso en señores con traje marcando líneas sobre un mapa extendido sobre una mesa de una amplio despacho, marcando rayas que destrozan personas. Qué poder tiene ese rotulador y qué peligroso es. Vale para los que un día con su rotulador aplastaron a Domingo, vale para los que ahora mismo, en cualquier ayuntamiento, están dibujando el plan urbanístico, y para los que lo dibujaron burbujeando, o desde cualquier Comunidad Autónoma, o desde cualquier ministerio. Y los que usan el rotulador pasarán a la historia por haber hecho una gran obra, y el abuelo Domingo quedará en el anonimato sin esperar que un escritor quiera dedicarle tiempo. Cuántos Domingos hay, y cuántos Domingos habrá. Y qué pocos señores del rotulador irán a hablar con Domingo antes de volcar sus líneas para ver cuál es la mejor manera de trazarlas.

He visto con vosotros los grandes campos de Castilla surcados por grandes líneas rectas trazadas primero con azada, luego con arado, con burro, luego con tractor. He visto con vosotros las grandes montañas horadadas formando terrazas para cultivo, o libradas de árboles para pastos, o salvajes como cuando la Naturaleza decidió ponerlas ahí. He olido el perfume de las flores que en abril avanzan lo que será mayo, y con su olor entraban en mí vuestros pensamientos, variados, modelados por vidas distintas, pero en los que siempre he visto un enorme respeto por Domingo.

En la Castilla del Cid que conquistó castillos, también nació Domingo que, también expulsado de su tierra, conquistó otra y la transformó palmo a palmo, callo a callo. Antes sólo veía el agua como el río que nos lleva. Ahora, además la veré con los ojos de Domingo y de todos vosotros. Son formas distintas mirar el agua, pero que se complementan.


En recuerdo a Domingo, y a mi padre, he dejado una flor en la laguna y otra en el pantano. Nadie me ha visto, nadie las ha visto, nadie sabe qué hacen ahí, excepto vosotros.