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viernes, 8 de mayo de 2015

Sobre "El jardín vertical" de Alejandro López Andrada

La verdad es que no quería comprarlo. Bajo el título “El jardín vertical”, en la portada, figuraba la frase “la novela de un indignado”.  Desde aquel “¡Indignaos!” de Hessel han sido varios los libros que he leído sobre el tema y ya había llegado al límite de saturación.  Pero, por suerte, leí una crítica que, en forma de queja, contaba que la novela estaba escrita con el tono poético que Alejandro López Andrada, su autor, imprimía en todos sus escritos. Y fue precisamente eso lo que me decidió para comprarla.

Y acerté de pleno. La historia que cuenta es dura, sí, ya que el reflejo de la sociedad actual tiene que ser obligatoriamente duro. Bueno, quizás no obligatoriamente. Se puede escribir de marqueses montados a caballo o viajando en yate, pero cuando se escribe de la vida de un trabajador en la España actual, no se puede hacer otra cosa que relejar la realidad que todos vemos, y que sufrimos. Según me comentó el autor, esa dureza le había ocasionado incomprensión por parte de personas de su entorno. Es dura, pero no para tanto. Si lo comparamos con la novela “Intemperie” de Jesús Carrasco, la obra de Alejandro López Andrada es casi un juego de niños. O, como le comenté, escribe algo sobre la guerra de Flandes, que eso sí que fue duro. Pero no, lo que parece ser que ha molestado es que esté situada en el presente, ni siquiera en un presente de hace cinco años, sino en el presente de hoy mismo y que puede ser, si no lo remediamos, el presente de los próximos años.

Pero obviando la historia que cuenta la novela, a mí lo que más me interesaba, y lo que sigue interesándome, es la forma de escribir de su autor. Tengo que reconocer que es la primera novela que leo de él. Le conozco como poeta y, como tal, siento una admiración que no sé como describir. Su forma de tratar las palabras, de unirlas, de convertir un simple hecho en una escena llena de arte, me parecen únicos. Leerle es despertar todos los sentidos. Con él ves, hueles, oyes, palpas, gustas y degustas. Un escritor de campo, como él mismo se reconoce y presume, vive ahora en una pequeña ciudad, Córdoba, que la ve y la siente con los mismos ojos con los que ve y siente el campo. Y esa mirada no puede esquivar, como muchas veces hacemos los demasiado urbanos, el dolor a su alrededor. Se conmueve cuando ve a alguien que sufre, y cuando ve un amanecer, o cuando ve el vuelo de un ave posándose en una rama. Y transmite las emociones que siente de una forma magistral.

Esa forma de ver, de sentir, la ha llevado perfectamente a la novela “El jardín vertical”. Reconozco todos los paisajes de Madrid que aparecen en su novela y, gracias a él, puedo ver escritos todos esos sentimientos que muchas veces me han abordado y que no soy capaz de expresar. Es como si estuviera leyendo música.

Aprovechando lo que decía Manuel Rico en un artículo, la obra de Alejandro López Andrada es “la narrativa elaborada con una clara vocación literaria: es decir, a aquella en la que, aunque se cuenten historias, aunque haya suspense o trama negra, prevalece una voluntad de lenguaje, de descubrimiento del mundo, de acercamiento a una realidad conflictiva, dura, difícilmente comprensible a la luz de la razón y de una lógica simplemente humanista.”

Y es esa prevalencia de la voluntad del lenguaje lo que más me gusta de su libro. Y, al contrario de lo que ocurre con otros autores que también lo hacen, en este caso no es necesario –salvo alguna contada excepción- leerlo con un diccionario al lado. No, el autor utiliza palabras conocidas y que alguna vez empleamos, pero sabe combinarlas de una manera magistral. Ahora que están de moda los programas de cocina, es la misma diferencia existente entre aquellos que te presentan una receta con productos imposibles de adquirir, o aquellos que, con lo que tienes en casa, o en el mercado de al lado, son capaces de hacer obras de arte culinarias. Porque eso es, sin otro calificativo, la obra e Alejandro, una obra de arte.

Reconozco que no soy un experto literario, ni un crítico, y que mi forma de distinguir es por lo que me gusta y por lo que no. Es posible que si su libro, o cualquiera de sus poesías, hubiera llegado a mis manos hace cinco años, lo habría ignorado. Estaba demasiado metido en la lectura de ensayos, y la narrativa y la poesía estaban alejadas de mis intereses. Pero, afortunadamente, en los últimos tiempos estoy leyendo mucha poesía, y mucha novela. Y he descubierto en la obra de Alejandro justo lo que quiero leer. Su novela se presenta para mí como el final de una trilogía que había empezado con la ya nombrada “Intemperie”, que continuó con “Distintas formas de mirar el agua” de Julio Llamazares, y que termina con esta magnífica obra. Son obras de campo, de ese campo al que no he pertenecido nunca más que en vacaciones pero, al que quiero volver. "El jardín vertical” es una obra básicamente urbana, aunque algunos capítulos del principio y el final nos lleven al campo. Pero, como decía, no es tanto la ubicación física de la novela lo que me atrae, sino la forma de mirar de su autor. Y esa mirada la tiene alguien que forma parte de ese campo.

Ayer tuve la fortuna de asistir a la presentación del libro. Por desgracia Alejandro no me decepcionó. Y digo “por desgracia” porque empiezo a sentirme como un adolescente ante su cantante favorito. La enorme humanidad que desprende a través de su obra, y a través de sus comentarios en Facebook, es capaz de aumentar en el trato personal. Impresionante su capacidad de conversar, de detenerse a hablar con conocidos o extraños.

Coincidí con Julio Llamazares en su apreciación negativa sobre eso que parecía un subtítulo, “la novela de un indignado”. Su editor, Máximo Higuera, nos aclaró que pretendía ser una especie de frase publicitaria pero que su situación en la portada hacía que pareciera un subtítulo. Decía Julio que, cuando veía a Alejandro por Córdoba lo sentía extraño, ya que para él Alejandro se entiende viéndolo como parte del paisaje de Los Pedroches, en el que está completamente integrado, y en el que situaba gran parte de su anterior producción. Coincidí en verle como una continuación de Miguel Hernández, otro gran poeta que supo reflejar la vida con una mirada única.

Volveré a leer “El jardín vertical” y, de verdad, os lo recomiendo. Lo he leído en apenas dos tirones y ahora quiero leerlo despacio, saboreando el arte que hay en sus palabras, en sus frases, degustando cada una de las descripciones y sentimientos. Volveré a despertar todos mis sentidos.

Por si no he sabido explicarlo bien, os dejo un fragmento –espero que no moleste al editor o al autor- en el que se ve lo que quiero decir:

“Como si mi interior fuese vaciándose y mi voluntad apenas ya pesara, me dejé llevar de la mano por la brisa que, amena, soplaba entre los árboles del Pardo y los recovecos umbríos del museo. Las columnas y los arcos de la armónica fachada en esos instantes parecían susurrar oníricas frases que me estremecían. Era como si el mueso adquiriese vida y sus pulmones de piedra respirasen a un ritmo muy lento, produciendo un estertor que se disolvía en el aire casi púrpura.”

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