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sábado, 15 de octubre de 2011

Viernes de puerta

Cuando volvía a casa vi que de un contenedor salía algo que impedía el paso. Al acercarme, comprobé que era una puerta. Parecía nueva, bonita, de buena madera. Me pregunté qué razón habría llevado a su dueño a desprenderse de ella. Seguramente estará haciendo reforma -pensé- y habrá tirado algún tabique para unir dos habitaciones y esta puerta ya no la necesita. Era una pena. Decidí que me la llevaría a casa, no sabía muy bien para qué, pero me daba un poco de rabia que una puerta tan bonita terminara en una incineradora. Tiré de ella. Aunque habían puesto algunos escombros que dificultaban la maniobra, al final conseguí sacarla sin hacerla ningún arañazo.

Era pesada. No entiendo mucho de maderas, pero estaba seguro de que estaba hecha de algún tipo de madera maciza de las que se presume cuando vienen visitas: "Fíjate, las puertas son de madera maciza". Era grande y no cabía en el ascensor, así que me tocó ir con ella por las escaleras. Bueno, merece la pena -pensé-. La dejé en la entrada. Ya la tenía y ahora me quedaba buscarla una utilidad.

Se quedó en la entrada durante unos días. El viernes por la tarde, mientras leía en el sofá del salón, encontré por fin la solución. Mi salón tiene un ventanal enorme, desde el que se ven unas puestas de sol espectaculares. Fue una de las cosas que más me llamó la atención cuando compré la casa, las increíbles puestas de sol de las que podía disfrutar. Todo aquel que llegaba a casa me lo decía: "Tienes unas vistas fantásticas desde aquí, y la puesta de sol es...". Sin embargo, con el paso de los años, cada vez me paraba menos a ver las puestas de sol. Me había acostumbrado a ellas y muchas veces, incluso, me molestaban, sobre todo cuando estaba leyendo en el sofá y el sol me daba directamente en los ojos. Decidí poner la puerta en la terraza para evitar que el sol me molestara. Quedó muy chula. Ya podía leer tranquilamente todo el tiempo que quisiera y, además, cuando abría la puerta, volvía a ver las espectaculares puestas de sol del principio. Cuando los amigos venían a casa, era yo quién les decía "venid a ver esto" y, al abrirles la puerta, se quedaban asombrados de ver aquella maravilla de puesta de sol. Has tenido una idea fantástica -me decían-; si consigues otra puerta pásamela que quiero hacer yo algo parecido en mi casa.

A los pocos días me encontré con otra puerta. Ésta estaba apoyada junto a los cubos de basura de un portal cercano a la panadería. La cogí, claro, y decidí llevársela a mi madre. En la casa de mi madre hay un pasillo largo, muy largo, donde de pequeño practiqué mil y un juegos. Era un pasillo con mil historias dentro, pero que ahora sólo conseguía verlo como un largo pasillo. Y a mi madre le pasaba lo mismo. Como andaba mal de las piernas el pasillo era una pequeña tortura que tenía que recorrer varias veces al día. Le llevé la puerta y se la puse en el pasillo. Así verás -le dije a mi madre- cómo cada vez que la abras, volverás a ver el pasillo como un lugar bonito y no como algo que estás obligada a transitar con dolor. Mi madre me dejó hacer con muchas dudas. Siempre me había apoyado en mis pequeñas locuras pero esta le parecía que se pasaba de la raya. Cuando terminé y le dije "mamá, abre la puerta", se quedó maravillada. El no poder ver el pasillo y, de repente, verlo, le devolvió el pasillo que tantas veces cruzó conmigo de la mano. Se la veía feliz.

Desde entonces he puesto muchas más puertas. En casa de mis amigos, de la familia, incluso de algunos compañeros de trabajo y de vecinos. Y no ha sido fácil, porque tampoco es fácil encontrar muchas puertas tiradas por ahí. He aprendido a aprovechar diversas maderas y a unirlas formando puertas. Incluso me he atrevido a hacer puertas en las que pongo trozos de madera y trozos de metales diversos, de esos que te vas encontrando por los contenedores. Siempre busco piezas más o menos planas, de poco grosor, que pueda engarzar de alguna forma con otros metales o con madera. De esto del bricolaje no tenía ni idea, pero a base de poner en el buscador cosas como "trabajar la madera", o "diseño de puertas", o "puertas con metal", me he ido haciendo todo un experto y ahora consigo hacer puertas casi de cualquier cosa.

Hoy, viernes, he llegado a mi casa muy cansado. Los ojos me pesaban y era incapaz de mantener el libro abierto y fijar la vista sobre él. Bueno, me he dicho, aprovecharé para ver mi maravillosa puesta de sol. Al abrir la puerta había un señor detrás. Su cara me sonaba de algo, aunque no sabría decir muy bien de qué. Es de estas personas que conoces, que es posible que alguna vez hayas hablado con ella, pero que no sabes muy bien dónde porras lo has visto. Al ver que abría la puerta se ha girado y me ha dicho "por favor, deje la puerta cerrada, que estoy contemplando la puesta de sol". Me he quedado paralizado sin saber que decir. Ha sonado el teléfono. Era mi madre. "Alberto, hijo, hay un señor en el pasillo, detrás de la puerta, y me ha dicho que, por favor, deje la puerta cerrada".

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡Cuidado!!, es posible que tu y tu madre tengais un ocupa en casa. Gila también lo tenía.