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jueves, 13 de noviembre de 2014

Con el pelo lleno de flores

La recuerdo con gafas, con aspecto de hippie, vestida con flores, flores que, tal vez por exceso de imaginación infantil, se prolongaban por entre los rizos que formaban su cabellera. La recuerdo enseñándonos las primeras notas en una flauta que soplábamos cual gaita, y que provocaba la ira de los maestros de las otras clases, que enseñaban “cosas serias”.

Puede que a mi maestra de música la recuerde más que a ninguna.  Siempre feliz, siempre con una sonrisa ante nuestras notas discordantes, siempre comprensiva. Paciencia, amor, paciencia, y mas amor, hacia nosotros y hacia la música. En un tocadiscos nos ponía algunas obras clásicas que, entonces, no sabíamos apreciar. Nos parecía un tanto aburrida una música que no se cantaba, pero su hora, la hora de música, era un espacio de calma, de paz, de permitirnos descubrir nuestras posibilidades y, en muchos casos, nuestra ausencia total de oído.

Cuando, casi acabando el curso, conseguíamos tocar entre todos algo que sonaba armonioso, nos sentíamos llenos. Esa sensación de plenitud no era comparable con ninguna otra. Por un momento conseguía olvidar la envidia que me provocaban mis hermanas mayores que conseguían notas a las que mis dedos no eran capaces de llegar. Creceré y tendré las manos grandes, pensaba, y entonces conseguiré hacer salir de mis pulmones y mis dedos los sonidos que deseo.

Han pasado muchos años desde entonces. Mis manos tampoco han crecido mucho y mis pulmones, un tanto cascados, no serían capaces de soplar durante un rato sin que la tos acudiera a recordarme que el pelo blanco que medio cubre mi cabeza no es casual.

Ahora, en las clases, las cosas han cambiado mucho. Ha habido una época de crecimiento, con más medios, con más instrumentos, con nuevas formas de enseñanza de la música. Darse golpes rítmicos en el pecho o en las piernas es uno de los métodos de ahora para introducir a los chavales en este maravilloso mundo.

Pero parece que todo esto se acaba. La música ya no es una asignatura obligatoria. No es práctica, no es una  asignatura válida para la nueva sociedad que algunos quieren crear. Los chicos se educarán ahora con la música  de los 40 Principales o de algún programa de varietés de la tele. Puede que sólo escuchen algo de música clásica en algún anuncio, y no sepan diferenciar si lo que suena es un clarinete o una trompeta. ¿Qué es un clarinete?.

Seguro que es una pesadilla pasajera. Dentro de poco, espero, cambiarán las cosas y la música volverá a tener la importancia que se merece dentro de la enseñanza de nuestros menores, y también de los mayores. Necesitamos música, música de calidad, y necesitamos que se enseñe en las escuelas e institutos. Veía hace poco una  viñeta en la que dos niños, sentados en un banco, se preguntaban. ¿sin música, como haremos la banda sonora de nuestra vida?


Esa maestra de música, con el pelo rizado lleno de flores, estará siempre conmigo. Ojalá que todos aquellos que ahora están estudiando puedan vivir una experiencia similar y se enamoren, al menos un poco, de la música que aprendieron en la escuela.

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