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sábado, 25 de mayo de 2013

Mi mochila roja

Tengo una mochila, roja. Me la regalaron, no recuerdo si fue en un cumpleaños o en unos Reyes. Tampoco recuerdo si fue mi mujer, o alguna de mis hijas, o las tres a la vez. Fue hace algunos años, tampoco muchos, o sí.

En esa mochila he estado guardando papeles, muchos papeles, y libros. De éstos, no tantos, que sólo llevaba aquel que estaba leyendo en ese momento; y puede que algún otro que quisiera leer, o que quisiera pasear para que el aire y el tiempo le diera aquello que necesitara para merecer ser leído. Y también llevaba cosas, alguna, pocas.

En la mochila se iban amontonando papeles que eran historias. Sólo la vaciaba cuando mi espalda se quejaba por el peso. Pero era un vaciado muy parcial, quirúrgico, en el que buscaba aquello que, por pesado, podía equilibrar de nuevo la balanza entre lo que quería llevar y lo que podía soportar.

Mi mochila roja me ha acompañado durante estos años. Todos los días, a todas horas. Sólo alguna vez, los fines de semana, se quedaba en casa. O cuando, entre diario, algunas tardes, paseaba con el único fin de pasear. Y no era fácil. Mi mochila roja me ha acompañado siempre al trabajo, a las actividades políticas, o con las asociaciones, o cuando me reunía en el consejo escolar, o cuando salía a pasear buscando desconchones en las aceras o alcorques vacíos.

Pero esta semana la he abandonado algo más. He vuelto con mis problemas de pulmones, o de garganta, o de vías respiratorias en general. La sensación de falta de aire que he tenido me hizo que el miércoles decidiera dejarla en casa y no llevarla al trabajo. Y lo mismo el jueves y el viernes. Fue una decisión difícil, pero tuve que tomarla. Aunque la mochila a la espalda me abría los pulmones, la sensación de cansancio por la falta de aire hacía que su peso se multiplicara.

Hoy es sábado. Saldré a comprar, y a pasear. Volveré a dejarla en casa. Pero he decidido que este finde la vacío, la reviso, y dejaré en ella sólo aquello que me pueda ser útil en esta etapa de mi vida.

La verdad es que me da un poco de miedo. Sacar los papeles, verlos, revisarlos, decidir si ahora me son útiles o no, no sé si será una actividad liberadora o nostálgica. También puedo cogerlos todos y tirarlos sin mirar. Si hago esto último, es posible que la vocecilla tocapelotas me lo esté echando en cara durante mucho tiempo. No sé, no sé lo que haré, pero sí que tengo claro que es necesario vaciarla para poder volver a llenarla.

Esa es otra duda que me hace estar indeciso. ¿Y si no tengo nada con lo que llenarla?. Bueno, algún libro siempre irá en ella, para leerlo o para pasearlo, pero irá. Y....y ¿qué más?.

Da igual. Lo único que tengo claro es que el lunes volveré a sentirla sobre mi espalda, acompañándome. No sé si la llevaré vacía, o con algún recuerdo, o con algún proyecto de futuro. Sólo sé que mi mochila, roja, y yo, seguiremos juntos.

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