El río es voluptuosidad que se prolonga en saliva.
Lanzando su ropa interior hasta la última hoja
los jardines yacen derrengados obscenamente en junio.
Salgo a la plaza,
me pongo en la cabeza
la calle ardiente, como una peluca roja.
Los peatones me eluden con temor: en mi boca
agita las piernas un grito a medio masticar.
Pero no oiré un reproche, no escucharé ladridos,
y habrá flores a mis pies como a los de un profeta,
porque ustedes, narices hundidas, lo saben muy bien:
yo soy su poeta.
¡Vuestro juicio final me da tanto miedo como una taberna!
Pero tan sólo a mí, a través de edificios en llamas,
me sacarán en andas las prostitutas como a efigie sagrada,
y me mostrarán a Dios en su descargo.
¡Y Dios llorará leyendo mi brevísimo libro!
Hecho de temblores en compactado ovillo, no de palabras;
y echará a correr por el cielo estrechando mis versos
y los recitará a sus amigos conteniendo el aliento.
Maiakovski - Y de todos modos.
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