Sí, dicho así, es un poco bestia. Te
preguntarás si la afirmación es literal o si es simplemente un recurso que
utilizo para llamar la atención. Te sorprenderá, espero, cuando te diga que
ambas cosas son ciertas. Sí, he estado matando periquitos. Pero no, por favor,
no dejes de leerme pensando que soy una especie de salvaje sin alma.
Los periquitos que he matado no son esos
pajaritos de colores que alguna vez he tenido enjaulados en mi casa. Ruidosos,
hablan pero sin cantar como los canarios o los jilgueros. Hay quien dice que
hasta se les puede enseñar a hablar como a los loros. Yo lo intenté alguna vez,
con alguna palabrota, y no lo conseguí. No sé si el fracaso se debió a que no
empleaba el método adecuado o a que los periquitos que tenía eran partidarios
de un lenguaje correcto y se negaban a emitir exabruptos.
No, los periquitos que he matado esta
mañana no eran así. Eran verdes, sí, como algunos de los otros, pero éstos
vivían en libertad. Aún más cruel. Eran periquitos-planta. Sí, yo no los conocía
hasta este año. Son plantas que se convierten en matorrales, en arbustos, que
se llenan de flores de diversos colores y que se reproducen, me imagino que con
ayuda de las abejas u otros animales similares, con unas semillas pequeñitas,
negras, que se asemejan a granos de pimienta.
He tenido que matarlos porque estaban
creciendo junto a las cebollas y yo, todopoderoso, he decidido que las cebollas
debían vivir y los periquitos debían morir. Sé que no es éste el lenguaje que
se emplea con las plantas. No, a las plantas no se las mata; se cortan, se
extraen, se eliminan, pero no se matan. Es curioso esto del lenguaje, del poder
de una palabra aplicada en un contexto que no es el habitual.
Yo, con el poder que yo mismo me he
concedido, he decidido que en la tierra crezcan cebollas, y tomates, y
pimientos, y ajos, y lechugas, y fresas, y albahaca, y hierbabuena, y menta. He
decidido que crezcan plantas que me van a ser útiles, y no sólo para comer.
También he decidido que crezcan plantas que me alegrarán la vista y el olfato,
como los rosales, que ya han echado -echar no parece la palabra más correcta,
pero es la empleada en estos casos- que ya han echado, decía, sus primeras
rosas, y están llenos de capullos –otra palabrita que…- que estallarán
–capullos que estallan- en mayo. Y los lilos con sus lilas.
Y yo, con ese mismo poder, he decidido
matar las malas hierbas, entre las que se encuentran los periquitos. Son malas
porque así lo he decidido yo. Los periquitos han pasado de ser un “¡anda, qué
flores más bonitas!”, a ser un “¡mátalos, que no dejan que crezcan las cebollas!”.
Uno a uno, con el dedo índice y el
pulgar, los he ido quitando, sacando de su tierra, tirándolos, metiéndolos en
bolsas de plástico que terminarán en el cubo de la basura y, quién sabe, en un
vertedero o en un planta -¿planta?- de reciclaje. Antes de plantar las cebollas
los maté a lo bestia, con azada, cortándoles, procurando no dejar de ellos ni
las raíces. Pero los periquitos son persistentes, y de alguna raíz que quedó en
la tierra están saliendo, poco a poco, asomando sus cabecitas verdes, como
tréboles de dos hojas, grandes. A estos que ahora salen los mato de uno en uno.
Los cojo, metiendo un poco las yemas en la tierra, intentando coger su
tallo-raíz, y arrancándolos. Es importante que no quede nada de ellos para que
no vuelvan a salir. Pero algunos se resisten y apenas puedo más que cortarles
las cabezas verdes. Me retan, me dicen que no podré con ellos, que el próximo
finde habrán vuelto a salir, fuertes, enfrentándose a las adversidades.
Y, a todo esto, no sé qué pensaran las
cebollas. No sé si me agradecen todo este esfuerzo que hago por ellas. Igual,
si les preguntara y, sobre todo, si me contestaran, me dirían que no les
importa compartir su espacio con los periquitos. Igual podría haber dejado que
crecieran juntos, que compartieran la tierra. Pero entonces tendría que
enfrentarme a otro dilema filosófico: me estaría preguntando si está bien que
fomente la lucha por los recursos, las peleas de las raíces por chupar el alimento,
o de las hojas por llegar antes y mejor a los rayos de sol. No sé quién inventó
los dilemas, pero le diría un par de cositas.
Bueno, lo dejo aquí. No he querido hacer un alegato contra la agricultura. Sería ilógico pensar que podemos vivir siendo simplemente recolectores. Tampoco busquéis en este texto ningún paralelismo con la sociedad. Por suerte, los humanos convivimos entre todos, y compartimos los recursos sin enfrentarnos por ellos. O, al menos, así debería ser. Con el texto simplemente he querido contar que esta mañana he estado matando periquitos y que, cuando cuelgue una foto en facebook presumiendo de mi cosecha de cebollas, recordéis que me han costado más de un quebradero de cabeza, y alguna lágrima.
Bueno, lo dejo aquí. No he querido hacer un alegato contra la agricultura. Sería ilógico pensar que podemos vivir siendo simplemente recolectores. Tampoco busquéis en este texto ningún paralelismo con la sociedad. Por suerte, los humanos convivimos entre todos, y compartimos los recursos sin enfrentarnos por ellos. O, al menos, así debería ser. Con el texto simplemente he querido contar que esta mañana he estado matando periquitos y que, cuando cuelgue una foto en facebook presumiendo de mi cosecha de cebollas, recordéis que me han costado más de un quebradero de cabeza, y alguna lágrima.
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