La recuerdo con gafas, con aspecto de
hippie, vestida con flores, flores que, tal vez por exceso de imaginación
infantil, se prolongaban por entre los rizos que formaban su cabellera. La
recuerdo enseñándonos las primeras notas en una flauta que soplábamos cual
gaita, y que provocaba la ira de los maestros de las otras clases, que
enseñaban “cosas serias”.
Puede que a mi maestra de música la
recuerde más que a ninguna. Siempre
feliz, siempre con una sonrisa ante nuestras notas discordantes, siempre
comprensiva. Paciencia, amor, paciencia, y mas amor, hacia nosotros y hacia la
música. En un tocadiscos nos ponía algunas obras clásicas que, entonces, no
sabíamos apreciar. Nos parecía un tanto aburrida una música que no se cantaba,
pero su hora, la hora de música, era un espacio de calma, de paz, de
permitirnos descubrir nuestras posibilidades y, en muchos casos, nuestra
ausencia total de oído.
Cuando, casi acabando el curso,
conseguíamos tocar entre todos algo que sonaba armonioso, nos sentíamos llenos.
Esa sensación de plenitud no era comparable con ninguna otra. Por un momento
conseguía olvidar la envidia que me provocaban mis hermanas mayores que
conseguían notas a las que mis dedos no eran capaces de llegar. Creceré y tendré
las manos grandes, pensaba, y entonces conseguiré hacer salir de mis pulmones y
mis dedos los sonidos que deseo.
Han pasado muchos años desde entonces.
Mis manos tampoco han crecido mucho y mis pulmones, un tanto cascados, no
serían capaces de soplar durante un rato sin que la tos acudiera a recordarme
que el pelo blanco que medio cubre mi cabeza no es casual.
Ahora, en las clases, las cosas han
cambiado mucho. Ha habido una época de crecimiento, con más medios, con más
instrumentos, con nuevas formas de enseñanza de la música. Darse golpes
rítmicos en el pecho o en las piernas es uno de los métodos de ahora para
introducir a los chavales en este maravilloso mundo.
Pero parece que todo esto se acaba. La música ya no es una asignatura
obligatoria. No es práctica, no es una
asignatura válida para la nueva sociedad que algunos quieren crear. Los
chicos se educarán ahora con la música
de los 40 Principales o de algún programa de varietés de la tele. Puede
que sólo escuchen algo de música clásica en algún anuncio, y no sepan
diferenciar si lo que suena es un clarinete o una trompeta. ¿Qué es un
clarinete?.
Seguro que es una pesadilla pasajera.
Dentro de poco, espero, cambiarán las cosas y la música volverá a tener la
importancia que se merece dentro de la enseñanza de nuestros menores, y también
de los mayores. Necesitamos música, música de calidad, y necesitamos que se
enseñe en las escuelas e institutos. Veía hace poco una viñeta en la que dos niños, sentados en un
banco, se preguntaban. ¿sin música, como haremos la banda sonora de nuestra
vida?
Esa maestra de música, con el pelo rizado
lleno de flores, estará siempre conmigo. Ojalá que todos aquellos que ahora
están estudiando puedan vivir una experiencia similar y se enamoren, al menos
un poco, de la música que aprendieron en la escuela.
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