Hoy voy a deshacerme de algunas
enciclopedias. Unas completas, otras con un único volumen, pero que representan
una forma de conocimiento que ya no es práctico. Sus contenidos los tengo ”a un
clic”, y necesito el espacio que ocupan para poder poner otro tipo de libros
que ahora sufren amontonados, sin que se les pueda leer ni siquiera el canto.
He preguntado y, ni bibliotecas, ni
asociaciones, ni nadie las quiere. Irán al contenedor de papel. Si alguno veis
algo que os interese, decídmelo antes de esta tarde, que será cuando tomen su
camino hacia un futuro incierto.
El saber enciclopédico tuvo su razón de
ser hace siglos, cuando era necesario compendiar el conocimiento, unificarlo,
uniformarlo, decidir qué era académicamente aceptable y qué no, cuando el poder
podía controlar el saber.
Sin embargo, aunque toda la información
la tenemos a un clic, seguimos juzgando el conocimiento de los menores, que participan de una
enseñanza secundaria obligatoria, por su capacidad para memorizar conocimientos
enciclopédicos. Decimos que superan con éxito la enseñanza obligatoria si han sido capaces de memorizar la tabla
periódica de elementos, o los ríos de África, o los reyes godos, o las
conjunciones copulativas, o el teorema de Pitágoras, o tantas y tantas cosas
que no hay más que darle al buscar del ordenador para tenerlas. Y decimos que
sufren fracaso escolar, o que no cumplen las expectativas, o cualquier otro
eufemismo, aquellos alumnos que no han
memorizado esos datos, o que, habiéndolos memorizado, no han sido capaces de
reflejarlos en un examen.
Profesores que vigilan que en los
exámenes no se lleve material, ni libros, ni papeles, ni móvil, ni ordenador.
Profesores que evalúan la capacidad memorística de sus alumnos, pero que apenas
evalúan la capacidad de llevar a la práctica los datos que tienen a un clic. Profesores
que se ofenderán al leer esto.
Imaginemos una pregunta de examen:
Describe el entorno, realizando una circunferencia de un kilómetro alrededor de
la puerta del instituto. Dibuja las calles, la situación de las aceras y del
mobiliario urbano, las especies vegetales y animales que viven en él, los
edificios de viviendas, los industriales o empresariales, la actividad
económica del entorno, la pirámide de población, sus datos culturales y económicos,
los edificios públicos, los servicios gratuitos y los de pago. Describe las
necesidades de las personas que viven en las proximidades de tu instituto y
plantea cómo cubrir aquellas que encuentres con déficit.
Un porcentaje mínimo, muy mínimo, de los alumnos
de la enseñanza secundaria obligatoria, serían capaces de responder a esta
pregunta. Y puede que nos sorprendiera que muchos alumnos a los que se engloba
dentro de los “fracasados” obtuvieran mejor nota que otros “de 10”. Pero ese
mismo porcentaje es aplicable también a sus profesores, y a los padres y madres
de los alumnos. Es una pregunta que debería ser fácil, pero a la que casi nadie
es capaz de responder.
Pero sigamos valorando, sigamos diciendo
que superan con éxito la enseñanza secundaria obligatoria, a aquellos alumnos
que han sido capaces de memorizar para un examen los ríos de Asia o la tabla
periódica.
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