Pensaba que no necesitaba alas para volar. Pensaba que sólo
con su imaginación, con sus ganas, con su fuerza interior bastaría. Que sin
alas podría alzarse, pensaba.
Pero no, hacen falta alas para volar.
Con esta idea me he despertado esta mañana, y podría dejarla
ahí, tal cual. Pero quien lo leyera pensaría que estoy especialmente depre, o
negativo, o qué se yo. Así que continúo, aunque no sé muy bien cómo, ni por
dónde.
La verdad es que no estoy especialmente feliz. El trabajo ha
vuelto a las andadas y me ocupa y preocupa más de lo que sería deseable. Pero
no va por ahí el tema.
Más bien se trata de un cansancio más profundo, más denso,
más asfixiante. Escuchar cualquier informativo, incluso aquellos que se hacen
con humor, me cansa, añade una piedra en la mochila y encorva mi espalda. No
hay por dónde mirar. Da lo mismo que se hable de educación, o de sanidad, o de
pensiones, o de derechos laborales, o de derechos ciudadanos, o
de medio ambiente, o de democracia, o de España, o de mujeres, o de menores, o
de vivienda, o de trabajo, o de emigrantes, o de inmigrantes, o de presente, o
de futuro, o de investigación, o de cultura, o de industria, o de pequeño
comercio, o de dependientes. Da lo mismo de qué se hable, que todo está peor que ayer, y mañana….
Todo esto no es más que reconocer el triunfo de “la doctrina
del shock”, aquella que dice que hay que empeorar todo a la vez para que los
continuados y contundentes golpes que recibimos nos dejen noqueados y sin
capacidad de reacción. Y sí, parece que los continuos golpes neoliberales nos
están venciendo.
Por eso me he debido de despertar queriendo volar aún
sabiendo que no tengo alas. Ganas, muchas ganas de despegarme de todo lo que
nos está ensuciando y hundiendo. Ganas de escapar.
Pero no tengo alas.
Y el problema es que la solución no está fácil. Como
colectivo, o personalmente, hemos sido educados en la convicción de que hay que
luchar pacíficamente, sin usar la violencia. Y pacíficamente lo hacemos y vemos
que no sirve absolutamente de nada, excepto para encontrarnos con personas que
piensan igual que nosotros y desahogarnos. A continuación nos vuelven a golpear
con otra ley, con otro recorte de derechos que nos vuelve más ovejas, juntitas,
juntitas, para que no nos coma el lobo.
¿Y un líder? Cuando la muerte de Mandela escribía un tuit
que decía algo así como que en África tenían a Mandela, en Asia a Gandhi, en
América a Martin Luther King. ¿Y en Europa? ¿Y en España?. ¿Quién es nuestro
gran hombre o nuestra gran mujer? Nadie me contestó, ni me retuiteó, ni siquiera valió para un simple favorito.
Pero sigo preguntándomelo.
La pena es que la única respuesta que me doy es que ese gran
hombre español es El Quijote. Sí, un personaje imaginado por un literato.
Alguien capaz de dejar casa y hacienda, alguien capaz de ponerse la armadura y
luchar contra los gigantes disfrazados de molinos de viento, aún sabiendo que
su ataque daría con sus huesos en el suelo, que su ataque provocaría la
crítica de todos los demás, que le llamarían loco.
Puede que para los más jóvenes, para los que tienen una
cultura más visual, el líder sea ese pequeño hobbit que lo abandona todo para
tirar el mal, el anillo de poder, al fuego en el que se forjó. Otro personaje
imaginario en un mundo imaginario. O no tanto. Con respecto al Quijote tiene
una ventaja: detrás de él, apoyándole, hay un grupo de luchadores de todas las
razas, y hay un pueblo que lucha y muere por intentar parar el mal, por detener
a las hordas de orcos que quieren acabar con todo.
Pero tanto El Quijote como el Hobbit utilizan la violencia
para conseguir su propósito, para defenderse del mal. ¿Nos valen como
referentes personas que usan la violencia? Prefiero no contestar a la pregunta
y dejarla ahí. Prefiero no saber lo que me contestaría porque creo saber la respuesta,
y no es políticamente correcta.
Puede que no tenga alas para elevarme y escapar. Puede que
haya que conformarse con usar las piernas y andar, dar pasos, pequeños pasos,
pero pasos que nos levanten del sofá y nos saquen a la calle a gritar. Puede
que no podamos atacar con caballo y lanza a los molinos, pero sí podemos andar
todos juntos hacia ellos, rodearles, evitar que les llegue el aire que les
mueve y hace de sus aspas un peligro. Puede que no tengamos cota de malla que
nos proteja de las espadas de los orcos, pero tenemos camisetas verdes, o
blancas, o negras, que protejen nuestro pecho y nos siguen permitiendo pensar
como hombres y mujeres libres.
Da lo mismo la cantidad de piedras que pongan en mi mochila.
A pesar del peso, hoy me he levantado, y mañana lo volveré a hacer. Y seré la persona
más feliz del mundo si veo que caminas a mi lado.
1 comentario:
El mundo es absurdo y en ocasiones se torna insoportable, pero, si te sirve de consuelo,también es falso, o sea, no es real.
Cuando te das cuenta que no es necesario que luches para cambiar algo, entonces sientes que brilla una lucesita de esperanza.
Y digo que es falso porque si todo lo que existe fue creado por el Perfecto, entonces no puede existir un mundo lleno de incoherencias y desgracias. Pero en fin, creamos lo que vemos y vemos lo que creamos porque creemos que el Perfecto existe lejos de nosotros y a nuestro mundo lo creo no se quien demonio que desafía la autoridad única que entonces no es única. Incoherencia total.
En fin, de todas maneras, te felicito. Tu escrito tiene no se que de poesía que sale del alma.
Me dio gusto leerte.
Escribo en mandamientouno.blogspot.com.
Un cordial abrazo.
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