Sobre tu brazo, brazo grande, brazo almohada, apoyaba mi
cabeza de niño. Ahí, seguro, confortable, me quedaba dormido al tiempo que tú,
con tus cabezadas, disimulabas el cansancio acumulado.
Siete desayunos, siete comidas, siete meriendas, siete
cenas, una montaña de cacharros a fregar, montaña que se reproducía en cada una
de las comidas diarias. Lucecita te acompañaba desde la radio mientras en la
cocina, en tu cocina de dos por dos, pasabas las horas. Yo me sentaba en el
taburete a mirarte, a hablarte de las cosas del cole, o del fútbol, con mis
rodillas siempre llenas de mercromina. De vez en cuando te ayudaba a separar
lentejas, o a cortar las judías verdes, o a dar la vuelta esos filetes que se
me van a quemar, anda, que me quedan aún muchos cacharros por fregar. ¿Puedo…?
no, que te quemas. ¿Podéis dejar de
pegaros?. Ya veréis cuando venga vuestro padre y se lo cuente… ¿es que no
podéis jugar sin pegaros?.
Tus manos, tus manos que prolongaban tu brazo protector, me
cogían fuerte para cruzar la calle Bailén, estate quieto, que aquí hay muchos
coches, deja de hacer el tonto. Y a ratos agarrado de tu mano, a ratos haciendo
el cabra, llegábamos al Mercado de La Cebada, tu mercado, tu salida casi
diaria, casi tu única salida. Era sábado y podía acompañarte. Qué suerte tiene,
que hoy trae compañía y le ayudará a llevar peso…. Cómo ha crecido el chaval. Y
yo me hinchaba para que me vieran más grande, sobre todo cuando empecé a tener
fuerzas para arrastrar el pesado carro siempre lleno, siempre pesado. Deja, anda,
que pesa mucho. No, que soy mayor y ya puedo. Anda, baja a por pan, que se me
ha olvidado ¿pero puedo comprarme un bollo? No, como mucho un colín.
Tus manos, en tus cumpleaños, o en alguna otra ocasión
especial, sujetaban el libro de Gabriel y Galán, casi un misal, mientras nos
recitabas El Ama. Yo nací en el hogar donde se funda la dicha más perfecta, y
para hacer la mía quise ser como mi padre era, y busqué una mujer como mi
madre, entre las hijas de mi hidalga tierra. Y de vez en cuando lo alternabas con Bécquer, volverán las oscuras
golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, qué es poesía, dices mientras
clavas en mi pupila tu pupila azul, o con Rubén Darío, juventud, divino tesoro,
¿ya te vas para no volver?
Luego fui adolescente y me volví imbécil. Tenía que ser un
hombre. John Wayne y Bogart eran los modelos a seguir. Hombres duros, fuertes,
que no lloran, que sólo hablan cuando hay algo importante que decir, hombres
sin madre, que nacieron siendo ya hombres. Y desde entonces nos separamos, me
separé, cada vez un poco más. Y me casé y me fui a vivir lejos, lo
suficientemente lejos para que el contacto fuera de visita, de visita de médico
muchas veces…
Sé que estabas orgullosa de mí porque tenía un trabajo
estable, porque me había casado con una buena mujer de la que nunca fuiste
suegra, sino también madre, porque tenía dos buenas hijas. Y sé que me echabas
de menos y que yo no te correspondía.
Pero en casa, de noche, cuando me acurruco en el sofá, sigo
sintiendo que me apoyo en tu brazo, tu brazo protector, y así, tranquilo, seguro, amado, me quedo
dormido.
4 comentarios:
Hermoso! Alberto. Hijo, hermano y ahora, tambien esposo y padre... Sin duda,siempre amado por tu madre a pesar de tus ausencias y seguramente, atravez del tiempo y por siempre...protegido por su brazo, su brazo protector.
Querido Alberto, esta vez te has superado. Me ha gustado mucho y, como ya te ha dicho Lynda.... ¡es entrañable! Un gran abrazo.
y en el mercado de la cebada el que vendia tomates decia
estos tomates los pintó murillo
y la concha comprabas algunos
pero lo mejor sus cocretas y tortilla de patatas
y los higaditos de pollo
y los canelones que nunca te gustaron y habia que hacerte otra cosa
saludos brother
Me parece fascinante tu opinión crítica acerca de los temas que pones y ojalá y mantuvieras el mismo accionar hoy en día, gracias por los aportes, cambiaste muchas percepciones que tenía.
Saludos
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